A las buenas o a las malas

Los impuestos vienen porque vienen, con plebiscito o sin plebiscito y, sobre todo, con paz.

Ya entiendo por qué el presidente Santos ha venido amenazando con el coco si no se aprueba su engañoso plebiscito: las Farc habían decidido aceptar lo que disponga la Corte Constitucional en materia de refrendación, entre otras cosas, para aparentar reconocimiento a las instituciones cuando lo cierto es que coronaron, vía 'fast track', su intención de redactar una nueva Constitución: ya la escribieron, por ahora con páginas en blanco, como cualquier chequera nueva. Pero, en adelante, se puede denominar la ‘Timochenka’, en honor a su autor. Y la Corte, tan solícita a declarar inviables las reformas por considerarlas una sustitución de la Carta, está güete, esperando el borrador para darle su bendición. Borrador en mármol cubano, porque la ‘Timochenka’ es toda pétrea.

Así que vamos preparándonos para más amenazas y más mentiras. La guerra no se recrudeció cuando se cayó el proceso del Caguán; o sí, pero para los guerrilleros, que tuvieron que correr monte adentro hasta el 7 de agosto del 2010 a las tres de la tarde. Y mentira más grande esa de que si no se aprueba el plebiscito tocará subir los impuestos para afrontar la arremetida. A menos, claro, que el Ejército sí esté desmantelado, cosa que han negado constantemente, o que las Farc anden tan robustecidas, gracias al proceso habanero, que resulten un pesado fardo para unas tropas desmoralizadas.

Los impuestos vienen porque vienen, con plebiscito o sin plebiscito y, sobre todo, con paz. No solo porque este gobierno ha raspado hasta el fondo el frasco de ‘mermelada’, sino porque la paz misma vale un ojo de la cara. El Gobierno ha dicho que el posconflicto tendrá un costo de 106 billones de pesos a diez años, distribuidos en 17 billones anuales en los primeros dos y de a 9 billones en los 8 años siguientes, con el agravante de que ya hay un déficit de 30 billones anuales. Así que la paz no nos va a salvar de la clavada; todo lo contrario, es su razón principal.

Añádase que el cuento del ‘dividendo de la paz’ ha sido descartado por serios estudios de las universidades de los Andes y La Sabana; puras cuentas de la lechera que no tienen soporte en la realidad, como tampoco las tenían esas cuentas alegres de Santos de que la comunidad internacional iba a financiar la paz con un fondo de 35.000 millones de euros que solo existió en su imaginación febril.

Hasta aquí solo hay unos aportes modestos: 575 millones de euros de la Unión Europea, los 450 millones que prometió Obama y una amplia oferta de créditos, cosa de la que sí sabe el gobierno de Juan Manuel. Hace dos años, yo rogaba en esta columna “que alguien explique cómo diablos es que la deuda externa pública creció en 22,3 por ciento interanual a junio (Portafolio, 2-10-2014), equivalente a 10.351 millones de dólares” (EL TIEMPO, 7-10-2014), y Óscar Iván Zuluaga vino a hacerlo con un dato esclarecedor: “Desde la posesión del ministro Cárdenas, el 3 de septiembre del 2012, hasta abril del 2016 hemos visto crecer la deuda del GNC de $ 212 bs a $ 351 bs o 9,4 % del PIB” (EL TIEMPO, 28-05-2016). Es decir, un incremento de 139 billones en menos de cuatro años que se han esfumado en almendras, cortinas, tapetes y bodas palaciegas en recintos públicos, con degustación de especies en vías de extinción.

Se imponen el consenso con las Farc y la fuerza bruta con los colombianos. ‘Timocho’ es el que juzga si hay o no hay pelo pa’ moña, y el acuerdo se deja venir con una tercera amenaza, más grave aún, anunciando “la persecución de las conductas criminales que amenacen la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz”. Eso suena a criminalización de la oposición, igualito que en Venezuela. Amanecerá y veremos.

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