Desactivación de las Farc

La zanahoria y el garrote
La guerrilla entra con el plebiscito

En un acto solmene y emotivo, las Farc se comprometieron ayer a disolverse, de modo que ya no serán la fuerza armada subversiva que durante cincuenta años de terror intentó una revolución finalmente fallida en Colombia, mientras el Gobierno del Presidente Juan Manuel Santos se obligó formalmente a llevar a cabo los acuerdos contenidos en la agenda bipartita que viene negociándose desde hace casi cuatro años, en La Habana, sede de las negociaciones.

Para ello se firmó, ante la comunidad nacional e internacional, un protocolo de cese al fuego, con fines de desarme definitivo, en el cual se enunciaron los elementos para llevar a cabo la ubicación de los 6.700 hombres-arma y los milicianos (sin especificar las 23 zonas acordadas a los efectos), la posterior entrega de armas guerrilleras en tres fases y la desmovilización en un lapso de seis meses a partir de la firma del Acuerdo Final, todavía pendiente de fecha. Frente a ello las partes dijeron que seguirían trabajando en ese propósito, sin poner días perentorios, pero el Presidente ha anticipado que será el 20 de Julio y que el Acuerdo Final se firmará, ya no en Cuba, sino en Colombia, seguramente en presencia del Congreso en pleno y nuevos líderes internacionales. Pero, con tantas aristas y procedimientos pendientes, según se desprenden de los mismos acuerdos, aun no se sabe la fecha exacta del llamado Fin del Conflicto, que se auguraba para el 23 de Marzo pasado.

Con ello comienza a culminar el rezago dejado por la Guerra Fría, no solamente en Cuba, sino en Colombia, último bastión latinoamericano de un conflicto armado anacrónico y sin sentido. Sin embargo, un primer intento de negociación con las Farc, la guerrilla colombiana más antigua, se había adelantado, en 1984, en cabeza de Belisario Betancur, cuando al unísono de lo que ocurría con las guerrillas centroamericanas se firmó un cese al fuego bilateral, se sacó avante una ley de amnistía general y se excarceló a centenares de guerrilleros, y que no fructificó hacia la desmovilización por el embate, de un lado, de otras fuerzas como el M-19, cuyas acciones terroristas llevaron a pique el ambiente y los esfuerzos de paz de entonces y, de otro, la reacción de los escuadrones de la muerte que dieron de baja a miles de integrantes del partido emergente de las negociaciones. Luego, en el marco de la caída del bloque comunista en Europa y el proceso constituyente en Colombia, a comienzos de los años noventa, César Gaviria produjo nuevos acercamientos con las Farc, después del bombardeo de su enclave en La Uribe, y que más pronto que tarde resultaron vanos, a pesar de que las múltiples zonas de distensión, discutidas entonces, son la réplica exacta para el cese al fuego y la desmovilización de hoy. Al término de esa década, Andrés Pastrana retomó los diálogos, pero las Farc venían altamente fortalecidas del gobierno anterior y nunca privilegiaron la salida política sobre la militar. Al subir Álvaro Uribe, dedicó sus esfuerzos a reducir militarmente a las Farc, mientras logró un proceso de desactivación de los contingentes ultra-derechistas, entonces en su apogeo, logrando llevar a sus máximos dirigentes a prisión, con rebaja de penas, o extraditándolos por reincidencia en actividades ilícitas.

La vida de las Farc, particularmente activas desde 1990, cuando terminaron explayándose por los llanos orientales luego del bombardeo de La Uribe, encontró un dique de contención en el Plan Colombia, creado durante el gobierno de Pastrana, cambiando el eje gravitacional del conflicto armado a partir del fortalecimiento de las Fuerzas Militares y donaciones castrenses y programas sociales de los Estados Unidos. Con ello, Uribe pudo sentar su consigna de “seguridad democrática” y paulatinamente aislar a una guerrilla que venía en ascenso. De esto también fue partícipe su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien al acceder a la presidencia logró continuar la reducción de la dirigencia histórica y mantener una estrategia de zanahoria y garrote.

En principio, precisamente, Santos fue el abanderado del garrote y fue eso lo que le permitió llegar al solio presidencial, como sucesor de Álvaro Uribe. Luego abrió el compás a la zanahoria, en un proceso de paz con las Farc que nadie tenía en mira y ha tenido un impacto decisivo en la política contemporánea colombiana hasta incidir en la reelección santista. De hecho, la ruptura entre los dos principales dirigentes colombianos, Santos y Uribe, se ha tomado prácticamente todo el escenario político del país en el último lustro. A partir de ayer, cuando finalmente Gobierno y Farc acordaron el plebiscito como fórmula de refrendación, será el pueblo el que tenga la última palabra. En medio de ello hay una gran mayoría que no es santista, ni uribista, pero que definirá el futuro: si el proceso pecó por exceso de zanahoria cuando el garrote había hecho lo propio o si es mejor las dosis de zanahoria y guardar el garrote para siempre, pese a la depredación y barbarie de tantos años.

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