La constitución política y el Vick VapoRub

Desde su promulgación, como el ungüento de marras, se echa mano de ella para aliviar los males y torceduras que padece el cuerpo social.

En los botiquines domésticos, sin importar lo que ordena el catálogo de medicamentos del Plan Obligatorio de la Ley 100, sus decretos y resoluciones reglamentarias, deambulando de alcoba en alcoba, como el dibujo que inmortalizó Gabo en Cien Años de Soledad (el muñeco de la Avena Quaker), el Vick VapoRub, el ungüento mentolado que fue creado para el tratamiento de la neumonía, es usado para espantar todo tipo de malestares: desde una gripa propia de las virosis del cambio climático, el escozor de las picaduras de zancudos y alimañas, para rebajar chichones, desaparecer el dolor de los lumbagos de la decrepitud de los años y el cólico de bajo vientre en los días de la menstruación. “Yo si le tengo fe al VapoRub”, dice la abuela mientras masajea el pecho silbante que intenta inhalar el oxígeno extraviado en la apretazón de la bronquitis.

“Las cataplasmas de Vick”, hasta donde recuerdo, acompañaron el tratamiento de los males infantiles y juveniles. De cuando en cuando, a la fecha, los vapores impregnan la noche, como señal inequívoca del regreso del resfriado, para espantar las punzadas de la migraña o aliviar sin cirugías la rinitis. La pomada medicinal, aunque no exista documentación en la letra científica de las revistas especializadas ni mucho menos en el vademécum de los remedios de laboratorios certificados por las autoridades de salud pública, ha trascendido generaciones y fronteras como remedio esencial de nuestros hogares.

Así pues, el ungüento de botiquín casero, como el padrenuestro para aliviar todos los males del alma, tiene enorme parecido con nuestra Constitución Política. De letra versátil que, como lo dijo el asesinado constituyente Álvaro Gómez Hurtado, “sirve para gobernar y gobernar bien”. Desde su promulgación, como el ungüento de marras, se echa mano de ella para aliviar los males y torceduras que padece el cuerpo social. Incluso, veinticinco años después, aunque dijeron que “servía solo para el gobierno celestial”, ahora se llega a la conclusión de que incorporar los acuerdos del final de la guerra con las Farc al texto constitucional (bloque de constitucionalidad) es el emplasto idóneo para poner punto final al catarro bélico secular con la guerrilla. El boticario, el alquimista del VapoRub constitucional para la paz, como se sabe, es uno de los colegas constituyentes que nos acompañó en nuestra lista durante la Asamblea Nacional Constituyente: Álvaro Leyva Durán.

“Es un placebo neoliberal”, dicen desde una orilla; “es un ungüento populista y peligroso”, ripostan desde la otra. Pero, los unos y los otros, siguiendo con el símil, usan el ungüento confiados en su mágica capacidad de alivio. Desde los ambientalistas interesados en preservar y restaurar nuestros ecosistemas vitales, aferrados a la letra de los mandatos ambientales, pasando por los que promueven la aplicación de los dineros públicos en el bienestar de los más necesitados, con el propósito de intentar superar la pobreza (más allá de los indicadores NBI), bajo la consideración de que “es el sentido y alcance del Estado social de derecho”, el recurso constitucional, como la pócima mágica, es invocada también para aliviar las convulsiones de males excepcionales.

Por supuesto, han usado el bálsamo constitucional para intentar restablecer privilegios. Asimismo, hay que decirlo, para restablecer derechos conculcados. El ungüento, la más de las veces, alivia; sin embargo, aplicado en mucosidades sensibles, el mentol irrita. Igual, arde el mal uso de la cataplasma constitucional. Esta digresión hogareña, con el perdón de los especialistas, a propósito del primer cuarto siglo de vigencia de la Constitución.

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