Presidente, por las malas no

¿Qué hace un presidente, reelecto bajo la promesa de la paz, en un escenario internacional, de inversores y personalidades, vaticinando la guerra urbana de las Farc si no se aprueba un acuerdo?

Después de escuchar las declaraciones del presidente Juan Manuel Santos, que advertía que de no refrendarse los acuerdos con las Farc, lo que queda es un regreso al conflicto y que esa guerrilla lleve la guerra a las grandes ciudades del país, en la cena del Foro Económico Mundial estaban servidos el desconcierto, el malestar e incluso el silencio sonrojado de sus escuderos, incapaces de explicar la salida en falso de quien debe transmitir valor, confianza y seguridad a los colombianos y a quienes observan y evalúan, desde fuera, el desenlace del proceso de paz.

Tras una vida en la política y de seis años de un gobierno que incluso logró reelegirse con la promesa de la paz, Santos, además de proferir semejante sentencia, terminó por confesar que sabe lo que sabe y que no está haciendo nada para anticiparlo ni enfrentarlo. Y que lleva tres años y ocho meses embarcado en una negociación, no solo generosa en exceso sino con un interlocutor que en vez de jugarse a fondo por el desarme, la legalidad y la política, aguarda empistolado a ver qué va a pasar.

Aquí no se sabe cuál de los dos espíritus ex profeso es más perverso y reprochable: si el de las Farc, que según el presidente no dejan de planificar el terrorismo y la destrucción urbanas, o si el de Juan Manuel Santos que es capaz de vender el miedo y la amenaza como vacuna contra el deseo de los ciudadanos de poder decidir, con total libertad e independencia, si aceptan o no lo pactado en La Habana.

Presidentes, expresidentes, empresarios, líderes económicos mundiales, académicos, dirigentes políticos y una larga fila de personalidades, contra toda sorpresa, lo escucharon de viva voz del jefe de esta República: “si no se refrenda la paz, ellos (las Farc) están preparados para volver a la guerra, una guerra urbana, en las ciudades”.

Más allá de los vaivenes del proceso de negociación en Cuba, de si prospera definitivamente o no, ¿a qué empresario e inversionista internacional le pudo quedar aliento para generar aquí proyectos, empleo y riqueza? Vaya si el mismísimo jefe del Estado colombiano supo espantarlos.

Aunque en La Habana se habla de un nuevo país, al que debemos alentar con un “sí a la paz”, aquí parece que desde la cabeza del Gobierno debemos aceptar que es inevitable y posible convivir con el chantaje y en una nación que ahora parece sometida y absorbida por la agenda dominante y los planes como siempre destructivos de las Farc.

Este mensaje de intimidación es tan sencillo de entender, y ofende y choca tanto con el sentimiento popular, que de ese mismo tamaño fue su viralidad en las redes sociales y las conversaciones del país. Salió desde los salones del selecto club de invitados al Foro Económico Mundial y se propagó en una ola de malestares.

No solo enmudecieron los líderes de la economía y los negocios sino los ciudadanos que no pueden creer que estas amenazas surjan en la voz y el discurso de su primer gobernante. El plebiscito no puede condicionarse con lo que ha sido una constante en la historia de las Farc: la intimidación y la violencia desplegadas con un fervor que, incluso, buscan justificar políticamente.

No es lo deseable cuando se quiere la paz de verdad, nadie sensato le apuesta a la guerra, pero Colombia ha pervivido con las Farc y contra las Farc. Mantiene sus instituciones, su Constitución y su democracia a pesar de tantos factores y actores de ilegalidad y violencia. Así que por las malas, con el arma apuntando, la gente no va a creer y confiar, ni en el acuerdo ni en sus firmantes ni en un sueño que se quiere prender en la voluntad del común, si no desea refrendarlo, con la oferta indignante de más pólvora y más sangre.

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