El plebiscito que nos dividió más

El plebiscito, en vez de unificar a los colombianos, profundizó heridas y causó nuevas divisiones.

Insisto. De buena fe, porque aman a Colombia, porque quieren un mejor futuro para nuestro país, porque creen que así les garantizan algo mejor a sus hijos, porque los alienta un intenso y profundo propósito de paz, centenares de miles de personas buenas, generosas y nobles votarán Sí. Y de buena fe, porque aman a Colombia, porque quieren un mejor futuro para nuestro país, porque creen que así les garantizan algo mejor a sus hijos, porque los alienta un intenso y profundo propósito de paz, centenares de miles de personas buenas, generosas y nobles votarán No.

No obstante, sea cual sea el resultado, ya está claro que si la votación efectivamente se lleva a cabo el próximo domingo, habrá una gran abstención. Y es que este plebiscito, lejos de convocar a los colombianos en torno de propósitos comunes, lo que produjo fue una galería de efectos indeseables que parten de la profundización de las divisiones y odios entre compatriotas, por un lado, y de su fracaso como mecanismo legitimador de unos acuerdos entre las Farc y el Gobierno, por el otro. No fue, tristemente, un instrumento de paz.

El lunes 3 de octubre, gane quien gane, Colombia no amanecerá en paz. Ni más cerca de ella. El plebiscito empezó mal cuando las urgencias presupuestales derivadas de las ollas raspadas y el propósito de ocultarle al país lo que viene en la reforma tributaria llevaron a que se convocara atropelladamente con una firma de artificio validada a punta de pupitrazos en el Congreso. Entonces, reservaron la firma de verdad para el ‘show’ de campaña de hoy, a pocos días de la votación, contrariando lo dispuesto en su espíritu y texto por el fallo de la Corte.

El mes de convocatoria del plebiscito ha debido empezar a correr hoy. Creo que haber convertido el acto de firma de los acuerdos en un ‘show’ de campaña a boca de urnas, como sucederá hoy, fue una equivocación. Porque le quita grandeza al empeño de la paz y lo reduce al mezquino forcejeo por los votos del plebiscito, torciéndoles el pescuezo a las garantías y convirtiendo en extras de la publicitada coreografía electoral a muchos de los ilustres visitantes internacionales, que con importantes representatividades han concurrido de buena fe a Colombia, porque tienen afecto por este país y porque quieren ayudarnos.

Pero quizás lo más grave del proceso, más allá de pregunta amañada, abuso de presupuestos públicos, desequilibrios, desbalances, inequidades, es que la voluntad de los colombianos en muchas regiones está coartada por las armas que las Farc conservan en su poder. Al contrario de lo que nos habían prometido, así estemos en cese bilateral, nos están llevando a un plebiscito para decidir el futuro de las Farc con las Farc en armas y sin haberse concentrado, mientras el propio Gobierno nos amenaza diciendo que quien vote No será agente de la reactivación de la violencia.

En muchas regiones los ciudadanos no podrán votar libremente. No faltan quienes sostienen que la entrega de armas ya se produjo parcialmente: pero de las Farc al Eln. Lo ignoro, pero sería importante que el propio Gobierno indicara si tiene o no evidencias de lo que está sucediendo.

Contra lo que dicen los avisos de la publicidad oficial y lo que dijo Santos en Naciones Unidas, lo que está en juego no es la paz como concepto absoluto. Están en juego unos acuerdos con las Farc. Aunque nadie podría negar la importancia de estos acuerdos, sobredimensionarlos pretendiendo invisibilizar el estrepitoso fortalecimiento y expansión del Eln distorsiona la realidad, para no hablar de ‘bacrim’, minería ilegal, carteles del narco y del calamitoso deterioro de algunos indicadores en materia de seguridad ciudadana.

En cualquier caso, ojalá encontremos caminos para superar las nuevas calamidades derivadas de este mal plebiscito que terminó por magnificar todo lo que nos separa. Ojalá.

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