La penúltima firma

Con el plebiscito pendiente, se firma hoy el Acuerdo Final con las Farc, ante una comunidad internacional que servirá como garante, y que quiere dejar de vernos como los eternos quejosos.

Colombia es foco hoy de la atención internacional. El país que constituia una anomalía dentro de las democracias occidentales, al combinar una tradición de gobiernos civiles e instituciones mal que bien sujetas a un régimen constitucional con la persistencia de unas guerrillas ancladas en procederes violentos con ideologías superadas en buena parte del mundo, formaliza en Cartagena de Indias un acuerdo con una de esas guerrillas.

Buena parte de las naciones que hoy miran a Colombia consideran que nuestro país llega a la paz. Las delegaciones y jefes de Estado y de Gobierno que hoy asisten como testigos a la firma del acuerdo final con las Farc seguramente saben, como gran parte de la sociedad colombiana, que el camino de la paz empieza aquí y que el acuerdo es el punto de partida. Para que cese la violencia restan múltiples actores criminales por vencer o por convencer.

Es procedente preguntar por qué el acto de hoy se fijó para una fecha anterior a la celebración del plebiscito. La lógica indica que debería esperarse el dictamen de las urnas. La única respuesta del presidente Santos ha sido que el acuerdo final debería firmarse en todo caso, y que la fecha podría ser antes o después. Con seguridad las delegaciones extranjeras se han hecho la misma pregunta, conscientes de que la gran puesta en escena hace parte de la campaña que busca sumar votos positivos para el próximo domingo.

Más allá de lo protocolario y del visible empeño de promoción del presidente colombiano, la importancia de la nutrida representación internacional estriba en su condición de testigos de los compromisos asumidos por las partes negociadoras. De igual forma, será la ocasión de ver si las promesas de apoyo económico para el posconflicto son reales o hacen parte de la diplomacia retórica.

Al lado del presidente de Colombia estarán el jefe de las Farc y su círculo. En sus propios países, muchos delegados extranjeros no podrían, o no estarían dispuestos a tributar reconocimiento a quienes ordenaron ejecutar toda clase de crímenes, y que hasta la fecha siguen incluidos en las listas de grupos terroristas internacionales. Pero para esos representantes extranjeros el significado de su presencia será seguramente otro: avalar un acuerdo que, sin duda, es bien recibido por la comunidad internacional, entre otras cosas porque Colombia puede dejar de ser la eterna quejosa en las cumbres multilaterales.

Para hoy está previsto también, en la mañana, un acto de homenaje a las Fuerzas Armadas. Nada más justo y oportuno. No debería ser solo un acto gubernamental sino nacional, al que se una todo el pueblo colombiano. Ni debería ser el único. En todas las regiones del país debe hacerse saber a nuestra fuerza pública, la legítima y constitucional, que cuenta con el afecto de la ciudadanía a la cual protegieron. El sentimiento de dudas, inquietudes e incluso el de humillación que pueden albergar muchos uniformados, y que lamentablemente no ha podido ser aliviado por sus comandantes militares y civiles, debe ser atendido en lo posible por los líderes sociales que gocen de credibilidad. La paz se logrará mejor con ellos amparados por una comunidad que los valora y los respeta.

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