Maltrato a la mujer

Además de la sanción penal muy severa que debe tener, agredir a una mujer tiene que provocar cada vez más escozor social, familiar y propio. El respeto al ser humano exige incondicionalidad.

El país vive un estremecimiento repetido por estos días debido a numerosos casos de agresión física, contra las mujeres, divulgados en los medios. Son muchos más los que se quedan en el silencio impuesto o resignado de otras decenas de víctimas. No debe pasar, no es aceptable, no es parte de la esencia de una democracia que se precie de garantizar respeto a todos sus integrantes y que fomente entre ellos un trato igualitario y digno.

No se trata de viejos manuales de reproches y reprensiones sexistas. Se trata, en lo más llano y profundo de la justicia, de la paridad del respeto entre seres humanos amparados por una Constitución y un Estado de Derecho.

Son condenables, son inquietantes, son inaceptables y resultan tristes, claro que sí, esos cuadros de violencia registrados en las cámaras. Las de los noticieros, las de las vías públicas, las de los celulares, las de Medicina Legal y las de los ascensores…

Este año, desde el Día Internacional de la Mujer, se advertía un crecimiento de las agresiones de todo tipo contra ellas (cada 13 minutos) en Colombia. Lo más preocupante es que entre las víctimas más recurrentes están aquellas de entre 10 y 18 años de edad. En 2015, solo de violencia sexual y sicológica, hubo 37 mil casos registrados en el territorio.

Pero con igual intensidad se registran ataques físicos contra las mujeres, muchas veces de una brutalidad que produce lesiones irreparables o la misma muerte, en matrimonios y parejas de todos los estratos sociales.

Es aún más cuestionable el nivel de impunidad y silencio en el que permanecen cientos de casos. Por las amenazas de los agresores contra sus víctimas, por el chantaje económico, por la aceptación cultural del machismo, por la ignorancia y el desconocimiento de derechos en zonas marginales o por la vergüenza social que acarrean estas golpizas. A veces, incluso, por la aceptación y consentimiento de relaciones enfermizas, que en el lenguaje de los terapistas de pareja se denominan “tóxicas”.

Por la razón que sea, en un modelo de democracia que estimule la igualdad humana, la construcción de dinámicas sociales armoniosas y que procure cerrar las brechas pasadas entre responsabilidades y derechos de mujeres y hombres, la violencia de género es intolerable y debe ser combatida con toda la fuerza de los instrumentos legales.

El trabajo paciente y persistente de las mujeres y sus organizaciones, de las entidades públicas que buscan elevar en ellas la autoconciencia sobre respeto y protagonismo que les corresponden, debe empezar a producir efectos, como ya los está produciendo, en todas las esferas de la vida cotidiana. Que, en esa misma medida, se entienda que una de las peores problemáticas es la violencia física, la cual hay que castigar con severidad punitiva y que debe desactivarse con un modelo de educación familiar, escolar y social que subraye la igualdad de géneros en el papel y en la práctica.

No puede ser del paisaje mediático que el país desayune, almuerce o cene cada semana con el caso de un empresario, de un futbolista, de un obrero, o de cualquiera, que golpeó de forma salvaje a su esposa, su novia o su hija. Ello debe provocar, mediante la voz, el repudio y la reflexión de todos, el efecto adverso que permita reducir estas conductas en una sociedad que hasta ahora se ha mostrado bastante permisiva y pasiva.

A trabajar para que vivan en un país que las merezca..

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