El Estado pequeño ya no es una opción, es una obligación

El colapso inevitable del modelo comunista estuvo vinculado, además de múltiples y graves errores conceptuales como la pretenciosa aspiración a planificar la economía, eliminar la competencia e igualar a las personas; a fallas estructurales de su aparato estatal que intentando cumplir con equivocadas metas se enfermó de gigantismo.

El modelo incubaba una contradicción mortal en la que “muy pocos definían y decidían todo”, pero materializar dichas decisiones exigía una gigantesca masa burocrática que “hacía poco y mal”. Como predijo el brillante George F. Kennan a mediados de los 40, solo era cuestión de tiempo que el gigante con pies de barro de la Unión Soviética se autodestruyera.

Pero lo que está sucediendo desde hace un tiempo, y más precisamente el sombrío panorama económico e institucional que se nos avecina, indica que la eliminación del Estado obeso y sobredimensionado no era un llamado exclusivo para los presuntuosos comunistas, sino que las democracias liberales no pueden ignorar la misma advertencia.

La idea de un Estado pequeño fue durante mucho tiempo solo una opción en el amplio espectro de las ideas políticas, pero así no lo quieran admitir, pasará de alternativa a ser una obligación, ojalá asumida lo más pronto posible si no queremos vernos abocados a una crisis enorme que le heredaremos a la próxima generación o incluso antes.

La clase política mediocre y corrupta ha convertido al Estado en una bestia con esteroides que crece incontrolada para albergar a sus clientelas parásitas, exigiendo recursos cada vez mayores, pero no para hacer más, sino menos y costosamente. Esa clase dirigente irresponsable y cortoplacista se niega a admitir que el paradigma del Estado sin límites es inviable y seguramente se van a aferrar a la idea de un estado obeso, escudados en un populismo barato supuestamente defensor de los pobres. Como lo planteaba el filósofo y científico Thomas Khun, un nuevo paradigma triunfa no porque consiga convencer a sus oponentes, sino porque los representantes del paradigma más antiguo van falleciendo.

Por eso cuando se quedan sin dinero no piensan en reducirse sino que extorsionan a la sociedad diciendo que: los impuestos adicionales son indiscutibles, que no habrá “paz”, que las calificadoras nos pondrán en la categoría de “intocables” o que no podrán garantizarse los derechos ciudadanos.

No estoy insinuando la desaparición del Estado sino uno pequeño pero profesional, inteligente en vez de grande, coordinado, efectivo, ahorrador, promotor de la competencia y sin pretensiones de monopolio. Si no adelgazamos el Estado, seguirá siendo la tierra fértil para alimentar a los corruptos y a los ineptos con poder.

O se adelgaza o la evolución tecnológica herirá de muerte al Estado. Ejemplos como Uber y las criptomonedas son avisos de que los ciudadanos están desarrollando formas de atender sus necesidades, hasta de moneda, con instrumentos más eficientes, autogestionados y autocontrolados casi en tiempo real, sin la costosa y lenta mediación de un Estado que no cumple con su justificación de ser el tercero que ofrece “confianza”.

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