Venezuela, ese país extraviado

Venezuela continúa perdida en las divisiones, incluso en las de la misma oposición. Se necesita que la mesa de diálogo continúe, aun cuando es blanco del fuego cruzado de recriminaciones mutuas.

Con solo repasar los temas en discusión en la mesa de diálogo creada para sacar a Venezuela de la crisis política, social y económica que atraviesa, cualquier observador desprevenido entiende que las garantías democráticas para el conjunto de los ciudadanos cayeron a un agujero profundo.

“Respeto al Estado de Derecho”, “Verdad, justicia, derechos humanos, reparación a las víctimas”, literal “económico-social” y “generación de confianza y cronograma electoral”, componen una agenda que retrata un país deshecho, fragmentado y extraviado en el laberinto de contradicciones, polaridades y desencuentros por ahora sin salida.

Esta semana ahondó las divisiones: aunque el presidente Nicolás Maduro se anuncia abierto a escuchar, su álter ego, Diosdado Cabello, sostiene que “hablar con la oposición es hablar con la nada” y que esperar cohesión y avance de los líderes de la Mesa de Unidad Nacional (MUD), es darles oxígeno a las fuerzas que exigen el referendo revocatorio y la salida de Maduro del Palacio de Miraflores.

La represión policial y militar contra manifestantes opositores no se detiene. El ambiente convulso de los últimos días dejó un centenar de heridos y al menos 147 detenidos. Y aunque el llamado insistente del Vaticano para evitar marchas de lado y lado, que se hostiguen en las calles, tuvo eco, ayer estudiantes antichavistas caminaron a la sede de la Nunciatura. En la otra orilla, jóvenes del Partido Socialista Unido reforzaron sus campamentos para “defender Miraflores de cualquier asedio”.

Un país dividido. Una nación enferma por la paranoia que contagia un gobierno empeñado en mantener el control rebasando los límites constitucionales, y cuya legitimidad se diluye en políticas sociales y económicas que llevan a Venezuela camino a la bancarrota y a una explosión ciudadana que nadie quiere predecir, por lo peligrosa.

Para complicar el panorama, 14 de las corrientes que alimentan la MUD negaron su respaldo al inicio del diálogo con el oficialismo. Además, entre las cuatro más fuertes, Voluntad Popular, del líder político encarcelado Leopoldo López, ni siquiera aceptó integrarse a las reuniones exploratorias y apenas Nuevo Tiempo, de Manuel Rosales, se mostró dispuesta a iniciar un diálogo sin condiciones previas, seguida tímidamente por Primero Justicia, deHenrique Capriles.

La Iglesia Católica insiste en desactivar la polarización, mediante el diálogo y el respeto a la Constitución.

Su llamado es comprensible, pero se ahoga en la pérdida creciente de garantías constitucionales y legales, para aquellos que están por fuera del discurso y del poder oficiales. Desde fuera, la OEA y numerosas personalidades políticas y de opinión señalan un país que cada vez más se parece a una olla a presión a punto de romper los empaques.

El golpe que logró dar el gobierno de Maduro a la realización del referendo revocatorio, al suspender la recolección del 20 por ciento de las firmas del censo de votantes habilitados, con el aval opaco del Consejo Nacional Electoral, muestran a una Venezuela “cuasi obligada” a aguantar dos años más de régimen, en medio de la depresión, el desespero y las tensiones.

Por eso, incluso con los vaivenes y desacuerdos que arrastra, el diálogo mediado por el Papa y varios expresidentes, parece ser la vía para que Venezuela enderece el camino y vuelva a ser una democracia que, aunque imperfecta, rija para todos los ciudadanos, sin figuras y partidos eternizados en el poder y tentados a vivir en dictadura.

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