Impuestos y corrupción

Estamos en garras de los corruptos. No logramos entender con qué cara nos piden más impuestos, cuando en este país se desaparece nuestra plata de manera impune.

De Navidad, una reforma tributaria. Muy bien porque pagar impuestos es la base para la construcción de un Estado moderno. Pero muy mal si pensamos en la cantidad de plata que se roban todos los años en este país. Todos creemos que no sería necesaria ninguna reforma si se controla la corrupción o, como decía Turbay Ayala (q. e. p. d.), si se reduce a sus justas proporciones.

A nivel popular, la indignación llega a extremos malsanos que rayan en una imaginación criminal. Un taxista me dijo que había que exterminar a los congresistas. Le dije, claro, que no era la solución. Porque, en primera instancia, está la vida como un bien sagrado, porque no podemos hacer justicia por nuestra mano –de allí nacieron todas las violencias de este país–; y porque en menos de lo que canta un gallo habría suplentes que se comportarían de la misma manera. Así que la propuesta del exterminio lo único que produce es violencia, desolación, tristeza y un caos institucional de peores proporciones.

La única manera de acabar la corrupción es con voluntad política. Y para eso tendría que haber una cultura de la legalidad. Y para ello tendría que haber cátedras ciudadanas desde la primaria más temprana. La voluntad política se traduce en un Estado eficiente a la hora de castigar a los corruptos. Significa que quienes defrauden el erario paguen cárcel en las prisiones que existen –no en batallones ni en sus casas; sin ningún derecho a reducción de pena; y que, además, se les expropien todos sus bienes y congelen cuentas. Si con estos actos queda una familia en la ruina, que sea claro que el culpable es quien cometió la falta y no el Estado por administrar justicia como se debe.

Circula por redes sociales un clamor popular que propone una reforma del Congreso. Seguramente a muchos congresistas les parecerá el chiste del año, como la inocentada mayor. Los puedo imaginar atacados de la risa mientras leen esto, pero quisiera destacar algunos puntos que me parecen sensatos.

“1. El congresista será asalariado solamente durante su mandato y no tendrá pensión vitalicia.

2. El congresista dejará de votar para decidir su incremento salarial.

3. Se debe reducir el salario de los congresistas a la mitad. Es decir, a 14 millones –equivalentes a 20 salarios mínimos legales vigentes más o menos–.

4. El congresista contribuirá a la seguridad social y pasará inmediatamente al régimen vigente de esta, participando activamente del mismo sistema de salud que los demás colombianos.

5. El congresista debe pagar su sistema de jubilación de su propio bolsillo.

Por último, como servir al Congreso es un honor y no un negocio, los congresistas no podrán ser electos por más de dos períodos en su vida política”.

El gobierno que se atreva a hacer una reforma en esta dirección pasará a la historia como un gobierno salvador. Y si la iniciativa de reforma sale del mismo Congreso, propongo que las estatuas de esos congresistas acompañen a la de Bolívar en la plaza mayor.

Parece ciencia ficción, quizá lo sea. Pero que quede claro. Muchos trámites que requieren dinero, que derivan de las leyes que se hacen en el Congreso, están ahí para sacar tajada de algo. Esos trámites, hay que decirlo, son el verdadero palo en la rueda del desarrollo social y económico de este país.

Estamos en garras de los corruptos. No logramos entender con qué cara nos piden más impuestos, cuando en este país se desaparece nuestra plata de manera impune.

Todos los años, es necesario decir lo mismo por esta época. Pienso inocentemente que algún día estas palabras calarán en la médula espinal del Estado y que alguien tomará cartas en el asunto.

Espero que el 2017 sea un buen años para todos.

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