Mediocridad de las élites

Se cumplieron los cien años de la Revolución proletaria de Octubre de 1917. Sin mayor despliegue, pasó desapercibido un hecho que muchos consideraron era la ruptura mayor de la historia. El desprestigio del comunismo y del totalitarismo, que hoy sabemos son la misma cosa, puede explicar este poco entusiasmo por la efeméride.

Salvo en Corea del Norte, Venezuela, Cuba y Colombia, nadie se atreve hoy a revindicar una revolución que produjo más de 80 millones de muertos en la Unión Soviética, China, Cambodia, Etiopía y otros países donde fue implementado.

Pero el recuento de la caída de la dinastía Romanov es una lección política determinante. Un país está condenado a su peor destino cuando sus élites pierden el compromiso de liderar. Lo fue en el ambiente pre-revolucionario de la Rusia zarista en la que su aristocracia decadente resultó incapaz de entender la magnitud de los cambios que se estaban produciendo.

En San Petersburgo, los aristócratas pensaban que bastaba con levantar el puente que unía las zonas populares de las palaciegas para evitar que la revolución prosperara. No tuvieron el cuenta que el terrible invierno congelaría el rio Neva y que los revolucionarios podrían atacar los palacios y tomarse el poder. ¡De ese nivel era su mediocridad y falta de conexión con la realidad!

Lo mismo sucedió con las élites cubanas complacidas por la corrupción de Batista y la certeza de que el capitalismo no dejaría que la revolución castrista prosperara. O las venezolanas que fueron actores de décadas de corrupción mientras creían que la renta petrolera permitiría seguir comprando la pasividad del pueblo. O las colombianas que continúan convencidas que el acuerdo de paz era un mal necesario y que es la única forma de garantizar que “todo cambie para nada cambie”.

Las élites no son los ricos, que por lo general no son élite. Son, utilizando un lenguaje leninista, una “vanguardia consciente de su rol en la historia”. Élite es todo aquel que influye sobre otros y tiene vocación de liderazgo.

Lo son los políticos con caudal electoral, periodistas, escritores, religiosos, empresarios comprometidos, gremios, militares, profesores, artistas, líderes comunitarios y todos aquellos que en su área de trabajo, ejercen influencia sobre otros.

Esas élites son las riberas por las que transita el cauce de la opinión pública. Cuando no cumplen su función, la política se desborda sin rumbo ni control y se produce la anarquía.

En Colombia, hace décadas las élites dejaron de cumplir su papel y ello nos condena a vivir en decadencia y sin esperanza.

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