Lealtad y traición

La deslealtad lo marca a uno como siendo menos que el polvo de la tierra, y trae además el desprecio que se merece. La falta de lealtad es una de las mayores causas del fracaso de cada camino de la vida. Napoleón Hill

La verdadera política es una de lealtades correctas; pero a nombre del poder Maquiavelo prostituyó el concepto con su obra ‘El Príncipe’ y muchos le siguen creyendo. Los últimos siete años de nuestro escenario político se han desenvuelto en un dilema de lealtad y traición; “humano, demasiado humano,” diría Nietzsche, desconociendo el impacto social que ha tenido, y que muchos malentienden como algo personal. Por lo tanto, poca reflexión sobre la naturaleza humana ha merecido. ¿Por qué somos leales y por qué traicionamos? ¿Puede ser necesaria una ‘traición’; o una lealtad indebida? Por otra parte, aunque la lealtad, puede ser enseñada en la familia, tampoco se garantiza. Del seno de un hogar salen personas buenas y malas, por lo que algunos dicen que la lealtad o deslealtad es del espíritu de cada quien.

De esa virtud nace lo mejor de los sistemas, empresas y aventuras humanas. Cristóbal Colón descubrió América porque una tripulación sin mayor educación confió en el liderazgo del almirante; y la confianza se basa en la lealtad. Esa característica la ofrecieron espontáneamente los marineros a su líder, no porque les hubiera sido inculcada, sino como parte de su carácter. Sin embargo, las instituciones, cuando son leales a su misión, hacen posible, mediante el ejemplo, el desarrollo de virtudes derivadas de la lealtad. El Himno de la Armada Nacional dice:

“Viva Colombia, soy marinero; /por mi bandera, por mi heredad / vivo en las olas celoso y fiero, / soy caballero del ancho mar.” Y la caballerosidad ciertamente es, o debería ser, el distintivo de un marinero con dignidad e integridad cuando asume posiciones de liderazgo.

En ese sentido, una persona decidiría no mentir porque trae malas consecuencias, aunque en algunos casos sea necesario, para salvar la vida, o un país, por ejemplo. Otro ser más radical consideraría que la mentira siempre es mala, independientemente de cualquier ‘bien’ potencial que pudiera producirse. Pero un partidario de la ética de la virtud, sin embargo, se centraría menos en mentir en una ocasión particular, y en lugar de eso consideraría lo que la decisión de decir o no una mentira nos dice del carácter y la conducta moral de uno mismo, de los otros, y sus consecuencias. Como tal, la moralidad de mentir se determinaría caso por caso, lo cual se basaría en factores como el beneficio personal, cómo afecta al grupo, y las intenciones en cuanto a si son benévolas o malévolas. ¿Por qué hago estas consideraciones? Porque un personaje público debe tener en cuenta que quienes van a juzgar su conducta no tienen preparación en filosofía o ética por lo que su conducta debe ser trasparente. Y la política es, precisamente, el escenario público en donde se pone a prueba el carácter de un líder. Pero comprendamos la lealtad a fondo en el terreno práctico.

Digamos que la lealtad es una cierta afinidad que tenemos con un estado, gobernante, comunidad, persona, causa, o nosotros mismos, que puede llegar a ser una devoción o algo más fuerte. Muchos llaman a esa lealtad patriotismo. La lealtad es un principio que básicamente consiste en nunca darle la espalda a determinada persona o grupo social que están unidos por lazos de amistad, de institución como en el ejército, o por alguna relación social. También podemos entender la lealtad como un cumplimiento de lo que exigen las leyes y normas de la fidelidad, el honor, la gratitud, la adhesión y el afecto por una persona, una causa, un ideal. Por lo tanto cuando se habla de traición aludimos a una herida profunda en el universo de los afectos, bien sea individual o socialmente. Sin esa comprensión estaremos hablando tonterías de la tal polarización.

Santos le dijo a Rodrigo Lara, Presidente de la Cámara: “Usted y yo hemos discutido eso, los acuerdos son para cumplirlos. En eso estoy empeñado. Quiero reiterarles a todos los colombianos y a los señores de las Farc, los acuerdos se van a cumplir.” Pero Santos se olvidó de una pendejadita: su deslealtad con las reglas de la democracia al no honrar el resultado del plebiscito. Y porque esa deslealtad tiene que ver con la integridad del gobernante que representa el honor y la lealtad con la patria, no se puede subsanar con una leguleyada o un regaño. Por ese motivo ha perdido Santos gobernabilidad y el poco prestigio internacional que tiene. Desde luego que quienes no entienden de lealtades van a denigrar de la conducta recta a nombre de su oscura lealtad egoísta permeada de inconfesables intereses.

Esa ‘lealtad’ egoísta puede tener un sabor de traición que no se reconoce porque, conceptualmente, la vivencia de traición está canalizada por los textos constitucionales de todas las naciones pensados para condenar los magnicidios o intentos contra mandatarios y reyes; o las traiciones militares relacionadas con las guerras que aunque vigentes no alcanzan a cubrir el escenario político del siglo XXI, en el que la cooptación de los estados ha remplazado las guerras, y en el que la traición a los más caros intereses de la patria es el aglutinante a nombre de una ideología.

Por ese motivo, el panorama de la traición puede ser confuso. Pero para salir de esa confusión miremos lo que nos dice el sicólogo Alberto Barradas en su artículo ‘Aproximación al Perfil Sicológico del Traidor’ como advertencia para los próximos años de nuestra vida familiar, especialmente en la educación de nuestros hijos y nietos; en nuestra convivencia social, y nuestra afortunada o desventurada aventura política. Estas notas también tienen que ver con la esencia de determinada política que puede llevar a un país al abismo.

“Definamos traidor. Viene del latín ‘traditio’ que significa la falta que quebranta la lealtad o fidelidad que se debería tener hacia alguien o algo. Cuando hablamos de un traidor en términos psicológicos debemos referirnos necesariamente al concepto de narcisismo, entendiendo por ello la complacencia excesiva en la consideración de las facultades propias.

“Si enfrentamos entonces la excesiva consideración propia con el deber de mantener lealtad, las fuerzas psicológicas entran en tensión, porque por un lado la lealtad tiene que ver con el otro, mientras que el egocentrismo se centra en uno mismo. Ahora bien, esa tensión se resuelve en la medida en que exista un control de la conciencia dependiendo de los valores de cada quien; por lo que cada uno elige quién gana: su egoísmo o el altruismo.
“En consecuencia el traidor tiene que permanente resolver entre la lealtad a una idea o persona y su propia necesidad personal ‘egosintónica.’ (Egosintónico es un término psicológico que se refiere a los comportamientos, valores y sentimientos que están en armonía o son aceptables para las necesidades y objetivos del ego o yo, y son coherentes con los ideales de su autoimagen.)

“El traidor es obligatoriamente vencido por sus fuerzas narcisistas y su necesidad del yo. Al final el traidor es un auto fracasado. Por otro lado, el traidor en esa pugna de tensiones genera una habilidad compensatoria que es aquella que nace de la deficiencia en un aspecto de la personalidad. Nace como “compensación” de la falla. Esa compensación que nace de la falla o tensión entre necesidades, en el traidor se convierte en inteligencia. Es por eso que el traidor dentro de su perfil psicológico generalmente es inteligente. Su falla tensional la sustituye con astucia.

“Otro aspecto del perfil psicológico del traidor es su obsesión. La misma nace de la ansiedad subyacente a su pugna interna. La obsesión nace de un manejo ineficiente de la ansiedad y la misma, en el traidor, nace de su pugna entre la lealtad a los otros y el yo. Definiendo obsesión como una perturbación anímica producida por una idea fija, que con tenaz persistencia asalta la mente.

“En el traidor esta idea fija u obsesión, generalmente tiene que ver con la consecución de un objetivo: reprimir su baja autoestima. En el traidor la baja autoestima es lo que subyace a sus tensiones internas. Pero no es una baja autoestima cualquiera, pues nace de un deficiente auto concepto. Se define mal en consecuencia se valora mal. Se siente mal.

“En este sentido el traidor se sabe traidor y conoce su poca valía; eso lo lleva a traicionar más para, con su éxito, sentir que compensa su pequeñez. Es un círculo vicioso: “yo soy traidor”, “yo me siento mal”, “sigo traicionando para tener éxito”, “me siento exitoso”, “sigo traicionando”, “soy traidor.”En este aspecto el traidor vive su propio drama ya que no puede dejar de traicionar. Se retroalimenta a fin de compensar su debilidad. Es por esta razón que confiar en el traidor es un acto ingenuo. Él no va a dejar de traicionar. No puede dejar de hacerlo. Todos los procesos que impliquen símbolos de éxito (poder, fama, dinero, etc.) serán los objetivos del traidor para compensar su falla.

“Por lo tanto, el traidor es una víctima de sí mismo. Victima que muchas veces tiene éxito, lamentablemente. ¿Es la traición una enfermedad mental? No. Es una deficiencia en el manejo de las tensiones internas. Una falla en la personalidad. ¿Se puede ser traidor y dejar de traicionar? Difícilmente, aunque no imposible. Las consecuencias de la traición o la terapia, pueden ayudar a superar. ¿Se puede confiar en un traidor? Una vez que te han traicionado, difícilmente puedes volver a confiar. Sin consecuencias no hay cambios. ¿Qué hacer ante un traidor? Generar consecuencias contundentes. En la medida que él sufra las consecuencias, posiblemente pueda recapacitar.”

¿Entendemos ahora el ‘perfil’ del Acuerdo Final y los engaños? ¿Su obsesiva idea de paz que viene cultivando desde el gobierno de Samper; que también se identifica con la obsesión de Álvaro Leyva y la de las Farc de llegar al poder aun siendo unos fracasados? ¿Obsesión que lo lleva a oponerse a la voluntad de un país? ¿Y por qué las Farc están recibiendo de su propia medicina? Es decir, en la conducción de un país debemos tomar en cuenta el perfil sicológico de sus aspirantes a presidente o del que está en ejercicio.

Algún periodista nos contó que Santos leía la biografía del historiador H.W. Brands “Traidor a su clase” sobre la vida privilegiada y la presidencia radical de Franklin Delano Roosevelt cuando quiso sorprender a los colombianos con una frase similar aspirando a ser un multimillonario reformador como su admirado gringo. ¿Se identificó con Roosvelt? Pero uno no se autoproclama traidor o héroe. Eso se deja a la historia, luego su pronunciamiento es una excusa adelantada a lo que él sabía que se podría considerar como traición monda y lironda. Por ese motivo, aunque exitoso al haber obtenido el Nobel de Paz…"The Economist" afirma en duro artículo que Santos es más impopular que el "tirano incompetente de Maduro."

Pero hay otra clase de ‘traidores’. A la muerte de Franco, el Rey Juan Carlos le había prometido la continuidad del franquismo, pero ‘traicionó’ esa promesa para darle cabida a la democracia, junto con otro ‘traidor’ el socialista Felipe González. Un monarca y su contraparte se entendieron porque compartían pensamientos y sentimientos honestos por un bien superior, la patria. Y González entendió, como le oí decir una vez en Bogotá, que las carreteras no eran de derecha ni de izquierda, sino que pertenecían al ‘partido’ de lo ‘Bueno, bonito y barato para todos.’ Es decir, la responsabilidad de ejercer el poder a nombre de todos, le hizo ver que no podía gobernar con el egocentrismo de una ideología. Esa pequeña lección no la han aprendido nuestros mamertos por lo que desconfiamos de ellos. Por ese motivo, hacer una transición de la democracia a algo peor, como podría suceder en Colombia, se le podría considerar traición, no importa si se llama complot, alianza o votación en mermelada, dizque por un ‘mejor’ país.

En Europa existen regímenes en los que el poder ejecutivo es bicéfalo: uno de los titulares permanece en su puesto un largo período, mientras que el otro varía según los resultados electorales. Esa oposición al poder es un control efectivo para el abuso ególatra. En Inglaterra la Reina, aunque políticamente no mande, mantiene un poder consuetudinario que puede competir con el poder del Primer Ministro. En Francia se dio el período llamado de la cohabitación entre el presidente izquierdista Mitterrand y la mayoría parlamentaria de derecha encabezada por el Primer Ministro Jacques Chirac quien en plena campaña parlamentaria de 1988 decía: “Las adhesiones son la fórmula política de la traición;” a lo que Michel Rocard replicaba: “Que a nadie se lo considere traidor por haberse unido a nosotros. Así es este juego. Es necesario respetar a los partidarios de la apertura que hay entre ellos.”

Aplicado a Colombia traduzco este último texto: ¡La traición es un juego que se llama apertura en Europa, pero en Colombia se llama gobierno de transición! ¿Por qué allá se le considera un ‘juego’ y aquí no? Porque en Europa no hay partidos conformados por excombatientes llamados terroristas. Y por qué allá los dirigentes de una supuestamente disuelta organización narcoterrorista no han dicho que quieren gobernar. Por eso los europeos no nos entienden, pues es como jugar fútbol con diferentes reglas allá y acá. ¿Puede haber árbitro para semejante partido que mantiene agendas ocultas que muchos olvidan?
Entonces ‘apertura’ es el truco para que su cerebro frontal acepte cosas que, neurológicamente, su cerebro primitivo rechaza: intercambio de parejas, repartición de avales para el ‘paraíso’ de la democracia como en la edad media, corrupción de diferentes estilos, impunidad con bendición legal, el que la gallina se crea gallo y quiera volar como águila para remplazar al cóndor del escudo.

Por todo lo anterior se impone una vigilia permanente de la inteligencia para no dejarnos confundir por los símbolos y palabras, porque una cosa es que nos adaptemos a los cambios necesarios de la política, y otra muy diferente renunciar a la lealtad con nuestros principios y valores de partido cuyos integrantes han sido reconocidos por la opinión pública como disciplinados, honestos, coherentes con el mandato y sentir de la inmensa mayoría de colombianos que interpretan el bien general de la patria como totalmente ajeno al comunismo, o lo que se le parezca o anuncie. En ese sentido el respeto a la ley y los acuerdos no puede renunciar a la ética de su aplicación por lo que hay que ser creativos con hechos que iluminen la correcta convicción política del Centro Democrático. Para eso hay que ser trasparentes y contundentes; es la única manera de derrotar la traición real, no el desencuentro nacido de la competitividad de personas capaces y honestas que nos puede dividir. Los hermanos pueden pelear, hasta cuando la ausencia de uno de ellos nos descubre cuánto lo amábamos, y qué tan sin importantes eran nuestras rivalidades.

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