De la enfermedad mental y propósitos realistas

En este día trataré de llevar una vida sencilla, sincera y serena, rechazando prontamente todo pensamiento de descontento, ansiedad, desaliento, impureza y egoísmo; cultivaré la alegría, la magnanimidad, la caridad y el hábito del silencio sagrado; ejercitaré la economía en el gasto, me esforzaré por mostrar cariño en la conversación, diligencia en el servicio asignado, siendo fiel en todo con la confianza de un niño en la permanente y amorosa protección de Dios.

Una resolución de Año Nuevo del calendario del obispo John H. Vincent, 1909

Se agarró Santos de un clavo caliente al pretender manipular la entrevista de María Isabel Rueda con el psiquiatra Rodrigo Córdoba en El Tiempo del 27 de diciembre de 2017, “¿Cómo andamos de salud mental los colombianos para el 2018?” Creyó Santos a pies juntillas el pie de foto y la presunción de que sufrimos de una enfermedad mental que requiere terapia. Pero no somos tontos. Lo comprueban los más de 700 comentarios que aparecen en el correo de la W. Ahora bien, racionalmente hablando es más factible que los problemas sobre el proceso de paz se deban a la falta de habilidad negociadora de los representantes del gobierno que a la supuesta locura de los colombianos.

En ese estúpido escenario planteado por Santos, abre el debate psiquiátrico el Dr. Córdoba diciendo: “Este ha sido un país alexitímico, es decir, incapaz de leer las cosas positivas. Tenemos esa dificultad. Y además de alexitimia, encontramos trabajo para valorarlas. A lo mejor nunca se logró explicar la paz como un hecho trascendente, definitivo para la humanidad, es decir, una puerta abierta a la necesidad de intentar vivir en convivencia. Así como eso no se logró explicar, tampoco se logró enamorar, seducir a los colombianos por la conquista de quizá uno de los sueños más anhelados por muchos años y por muchas generaciones. En este sentido detecto yo esta alexitimia tan importante. Una incapacidad de sentir, de vivir, de gozar, y de reconocer logros tan importantes.”No se le puede pedir al Dr. Córdoba que, como siquiatra, ofrezca un diagnóstico sobre un problema multifacético que tiene que ver con cultura, sociología, política delitos de lesa humanidad y narcotráfico. Se trata de entender la conducta de un grupo del crimen organizado que no se puede subsanar con consejos de superación.

Para comenzar mi contra argumento la definición de alexitimia dice: “Es la incapacidad para identificar las emociones propias. Hay personas incapaces de expresar e identificar sus emociones. La alexitimia es una limitación provocada por un trastorno en el aprendizaje emocional o por una lesión cerebral.”Consulté con un amigo sicólogo que me dijo que curar la alexitimia es un proceso complejo, pues en el caso colombiano ¿cómo se puede identificar un sentimiento de paz en la conciencia emocional si no se ven estímulos externos que generen esa reacción? ¿Son la propaganda televisiva del gobierno, las mentiras del presidente, la persecución de la oposición, el cinismo y las mentiras de las Farc, su pretensión de gobernarnos, estímulos coherentes con un sentimiento de paz? Me preguntó el sicólogo. Me dejó pensando.
Tenemos entonces que millones de colombianos sí sabemos identificar nuestras emociones y sentimientos con respecto a la paz, pero son emociones guiadas por la racionalidad y la experiencia por lo que no hay necesidad de que nos seduzcan, enamoren, eduquen.

Continúa MIR en su entrevista: “Ahora hablemos de las Farc, porque parte del problema es que tampoco lograron enamorar. ¿Y lo de las Farc es un problema de una actitud política, o es un problema mental?

“Voy a tomarme otro concepto de la psiquiatría. Creo que en las Farc sucede cierta anosognosia, que es la incapacidad de reconocer los problemas. Es decir, sin duda allá, como sucede en algunos pacientes, tienen problemas funcionales pero es evidente su incapacidad para aceptar la enfermedad. Y yo sí creo que tienen algunos problemas funcionales, que no se reconocieron, que no se asumieron de manera profunda en su momento. Alguna dificultad real de no saber y no querer leer la realidad en su justa proporción que terminó siendo un problema político.”

Entonces tendríamos que decir que Santos al igual que las Farc sufren de anosognosia política que otros confunden con falta de liderazgo; pero no lo creo porque el problema de las Farc surge de su filosofía marxista, su pretensión de acceder al poder mediante engaños, de la injusticia que permea ese proceso y las conductas como las que enumero a continuación y que dan apoyo político a las dictaduras en ciernes. Y el problema de Santos, diría yo, tiene que ver con su personalidad que no se conecta emocionalmente con su auditorio y él lo sabe, que no es lo mismo que reconocer racionalmente un logro. Ejemplo: debo pagar impuestos, pero no me gustan. Y la política es, en un 80%, un asunto de emociones.

El escenario anterior se agrava cuando nos damos cuenta que nos han mentido con la intención de hacernos sentir bien. Quienes negociaron con las Farc en La Habana aprendieron, con la diaria convivencia, que podían confiar para hacer una negociación, pero se olvidaron que esa ‘confianza’ fue un aprendizaje sui generis de cada quien que no se puede replicar por decreto. ¿Por qué De la Calle al final de la negociación tuvo que decirles a las Farc: “Mis convicciones y valores siguen intactos”, pero según hemos concluido al tratarnos de enemigos de la paz, nosotros no podemos hacer gala de que tenemos criterios independientes.

Ha pretendido el gobierno que un buen empaque de palabras, argumentos y números significan que la intención sea buena; pero se olvidan que se puede mentir con estadísticas, números y torcerle el pescuezo a las leyes para que digan lo que les conviene.

Como ni Santos ni las Farc han dicho las verdades que subyacen al proceso de paz, nadie les cuando se trata de intenciones políticas o programas. Por otra parte, si han dicho verdades con mala intención, no deben sorprenderse cuando los tachen de mentirosos.

Además, porque algo no sea una mentira, no quiere decir que no sea destructivo o engañoso. El mentiroso sabe que es mentiroso; pero alguien que suelta pedacitos de verdad para engañar en cuanto a las intenciones ocultas, es un artista de la destrucción. Ejemplo: la paz es ciertamente mejor que la guerra y decididamente excelente para el narcotráfico.

Así, la paz puede ser un compromiso de mentiras bien sustentadas que pueden caerse con un simple soplo de verdad que da en el blanco correcto, oportunamente, y sin ninguna mala intención. Generalmente una circunstancia misteriosa da ese tiro de gracia. Ejemplo: un error de cálculo y un lenguisuelto dieron al traste con el cartel de la toga.

De ahí que cuando el silencio de los que deben hablar toma el lugar de la mentira, ese silencio es una mentira y no puede llamarse prudencia. De esa forma se organiza el régimen de favores y complicidades activas o pasivas en las que muchos no son lo que aparentan ser, pero se sospecha de ellos sin poder probarlo. Eso hace perder la fe en los servidores públicos con lo que pagan justos por pecadores.

Por ese motivo Napoleón Bonaparte pudo decir que a veces la historia es una gran mentira sobre la que nos hemos puesto de acuerdo; de ahí que en las próximas elecciones tenga presente que su mejor candidato puede traicionarlo dulcemente con lo que espera oír, pues no ha averiguado si lo que promete concuerda con la pulcritud radical de su vida. Me atrevería entonces a sugerir que asumiéramos el compromiso de ejercer el pensamiento crítico y no tragar entero.

Pero deberíamos saber que las resoluciones de Año Nuevo es una tradición cuyo origen, dicen los entendidos, se remonta a los babilonios quienes prometían a sus dioses, al comienzo de cada año, que devolverían objetos prestados y pagarían sus deudas. Algo similar hacían los romanos. En la era medieval, los caballeros pronunciaban el " voto del pavo real " al final de la temporada de Navidad cada año para reafirmar su compromiso con la caballerosidad . En los servicios de vigía, muchos cristianos se preparaban para el año siguiente orando y haciendo estas resoluciones.

No se conocen las tasas de éxito de esas épocas. Pero según un estudio del 2007 llevado a cabo por Richard Wiseman de la Universidad de Bristol, el 35% de los participantes de esa tradición fallaron al establecer objetivos poco realistas; el 33% no hizo un seguimiento de su progreso y un 23% más lo olvidó. Aproximadamente uno de cada 10 encuestados afirmó haber tomado demasiadas resoluciones. Si fuéramos a establecer un diagnóstico rápido del porqué de este comportamiento, estaría relacionado con la poca importancia real, radical, que para nosotros implicaba el llevar a cabo ese cambio. Y quizá los sicólogos nos expliquen que somos víctimas del "síndrome de falsa esperanza," que se caracteriza por las expectativas poco realistas de una persona sobre la velocidad, cantidad, facilidad y consecuencias probables de cambiar su comportamiento.

Durante siglos ese drama se repite todos los años sin mayores consecuencias en nuestras vidas porque no nos imponemos un premio o un castigo; sencillamente racionalizamos, olvidamos, y jugamos de nuevo no afrontando consecuencias DE PREMIO O CASTIGO por nuestros actos. Por eso algunas personas, necesitan algo radical para poder cambiar; es necesario a veces un diagnóstico médico para hacer que alguien deje el alcohol, la cafeína, y asumir seriamente el dejar de fumar o el consumo de drogas.

¿Pero qué pasa cuando esa resolución de cambio para nuestras vidas proviene de otro en forma de promesa? Ahí sí se manifiesta la seriedad de cumplir o no una resolución. Quien la cumple se gana el sitial de persona responsable, comprometida; quien incumple no entiende el porqué de nuestro enojo; no sabe que es la frustración acumulada de nuestros propios fracasos que se convierte en un grito de protesta. Por eso es peligroso prometer, sobre todo cuando se dicen mentiras para ganar un debate político.

Cuando se promete paz sin decirnos que en realidad la paz real consiste en un cambio de hábitos dañinos por otros saludables en el reino del cuerpo y el alma, y en el conjunto de la sociedad, la paz se convierte en algo inalcanzable. La sencilla oración del Obispo Vincent al comienzo de este escrito que podría ser una guía para cimentar nuevos hábitos de paz y convivencia, nos ilustra lo que es un propósito serio, permanente, que debe nacer de LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN, agregado a la sabiduría del consejo psiquiátrico, para ser asumirlo con honestidad radical. ¿Por qué?

Porque asumir la realidad significa que nos mentirán, pero no debemos caer en el juego del mentiroso que busca desequilibrarnos. Sin embargo, la mentira política no se combate con un ejercicio espiritual, sino siendo un activista de la verdad con hechos, argumentos e intuición. Pero no es tan fácil, por lo que se necesita abrirnos a la posibilidad de una inspiración superior a la que muchos son reacios porque se creen de avanzada.

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