Cuando perder es ganar y no poco

En tiempos de Santos se votaba por el Sí, con lo cual se pretendía aprobar unos acuerdos de paz, convenidos en la Cuba comunista. El presidente los sometió al pueblo en gesto de democracia. Éste los negó por votación mayoritaria, aunque casi pareja. La votación tuvo una opción por el Sí y otra por el No.

En la reciente consulta, de menor rango, se preguntaba por la corrupción, si se la rechazaba o no. No había por tanto opción distinta a decir que Sí (y se imponía, además, el “vote siete veces Sí” a muy largas preguntas, que nadie podía leer y menos en el cubículo de votación). Había, pues, un Sí único e inexcusable y era inexistente el No. ¿Se supo de alguna campaña por el No? Para engaño de incautos, los comentaristas y las promotoras comparaban el Sí escrutado y de resultado millonario con el No de unos cuantos votantes, que se dieron a la difícil tarea de leer las preguntas y a quienes alguna les pareció inadecuada. Con libertad lo hicieron y era obvio que podían hacerlo.

Como ocurrió en el caso de la paz de Santos, quienes no la votaron afirmativamente fueron llamados enemigos de la paz; así ahora, los que no acudieron a las urnas o no votaron el obligado Sí son asimilados a corruptos. Es lo que dejan en el ambiente quienes se adueñaron del ejercicio electoral para sus fines políticos, o sea, sus promotoras, y para colmo, el excandidato presidencial Gustavo Petro, quien tomó los votos para sí. Adalid de la anticorrupción, el mismo Petro perteneció a una guerrilla que arruinaba, secuestraba y asesinaba en pro de loables causas políticas, esas que lavan todas las deudas morales.

Pero se pasa por alto que la consulta se perdió, en el juego de las mayorías y de los umbrales que fijan los códigos, para medir y decidir de esa única manera numérica la voluntad general, la que Rousseau definió como reguladora de la vida social. Pero no, ahora la izquierda dominante determina que quien perdió, ganó de alguna manera, que la consulta derrotada no es vinculante en lo jurídico, pero sí lo es en lo político. Es el triunfalismo olímpico, que acaba sometiendo a los pueblos a una sola opinión y esta irreversible.

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La activista, doña Claudia López, aspirante a muchas cosas y hasta la fecha derrotada en varias (y a nuestro juicio, quien arruinó las posibilidades de Fajardo) tiene algunas dudas, mientras amasa el tesoro de sus votos, que conquistó bajo el rótulo de la anticorrupción, y no decide aún si aspira a la Alcaldía de Bogotá, dañándole el caminado a su socio Antonio Navarro, quien ya lleva tiempo en ese propósito, o a la Presidencia de la República, como si ignorara que su actual jefe, Gustavo Petro, aspira a convertirse en el López Obrador de las presidenciales del 2022. Y ahora tan votado.

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