Las Farc, historia de horrores

La reedición de los testimonios de quienes fueron secuestrados “políticos” pincha la conciencia del país sobre el expediente aterrador de violaciones de derechos humanos y del DIH de esa guerrilla.

La existencia de las Farc estuvo asociada a una serie pavorosa de agresiones contra la sociedad colombiana frente a las cuales, hoy en retrospectiva, se descubre que hubo por momentos excesiva pasividad, desentendimiento o indiferencia por parte del conjunto de la ciudadanía. Un país que se “acostumbró” a ver pasar los muertos y las atrocidades de esa guerrilla.

La reciente presentación ante la Justicia Especial para la Paz (JEP) de una veintena de víctimas del flagelo del secuestro, que las Farc practicaron con mano de hierro, recluyendo a decenas de civiles, militares y policías, en campos rodeados por alambradas y por sus fusiles amenazantes, ha permitido hacer memoria y conciencia de las gravísimas violaciones de derechos humanos e incontables infracciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH).

Esos relatos describen la inhumanidad y desprecio por la vida con que esa guerrilla trató a quienes fueron blanco de sus actos de violencia y terror. Despojaron de toda dignidad a quienes privaron de la libertad por meses y años, a quienes cercenaron de sus familias y entornos sociales y laborales, causando daños morales, sicológicos y económicos imborrables, traumáticos.

Negación de atención médica, alimentos insuficientes y putrefactos, violencia de género, alojamientos mohosos y humillantes, enclaustramientos con cero contactos y correos con el exterior, encadenamientos brutales, goces maldadosos con el sufrimiento de las víctimas… Un álbum con muchas de las postales más negras de los conflictos armados internos que haya conocido la humanidad.

Por estas declaraciones es que se hacen comprensibles tanta resistencia social y política, tanto malestar e indignación con el hecho de que, aún sin ser juzgados y oídos y documentados todos sus crímenes, ya la historia corra para algunos de sus jefes entre la normalidad de los pasillos y las cámaras del Congreso.

Porque han faltado y faltan muchos más gestos de arrepentimiento y pedidos de perdón a la sociedad, sin retóricas ni eufemismos por parte del hoy movimiento Farc, por eso mismo, se ha observado la difícil tarea que es la reconciliación con un país que sufrió esas tropelías y barbaridades.

No es que no se quiera la sanación ni la integración de una patria que merece la paz y la modernidad política, en una democracia vigorosa, lo que ocurre es que aún es temprano y las heridas duelen y sangran. Que el largo camino del tiempo permita el duelo y que se atenúen en la memoria estas atrocidades cometidas en una guerra contra el Estado y los civiles, que sin duda se puede calificar de demencial.

Ojalá cada vez cojee menos lo que ha ido decantándose del proceso de paz, y que a diferencia de aquel morral de odios que cargaron las Farc, los ciudadanos sean capaces del perdón y la reincorporación de los guerrilleros que tengan voluntad genuina e inequívoca de respeto a la Constitución, la Ley y la sociedad colombianas.

Ninguna imperfección del sistema democrático puede justificar que existan ejércitos ilegales capaces de provocar tal nivel de daño y de dolor.

Los relatos tristes y repudiables de quienes en su momento fueron convertidos por las Farc en “canjeables”, deben servir para la reflexión sobre lo que la sociedad colombiana no debe, ni quiere, ni puede permitir más que se repita. Que esta historia de atrocidades sirva para escribir otra mucho más prometedora.

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