Una mentira que dura 100 años: los intelectuales bajo el encanto comunista

Para defendernos de la carga de vivir en un mundo complejo, los seres humanos tendemos a sobre simplificar la realidad. Es como quien mira una nube y ve un caballo, obviando los detalles que, de ser tomados en cuenta, nos regresarían a la idea de una vulgar nube, consecuencia de la condensación del vapor de agua.

Tendemos a pensar también que son los intelectuales y artistas quienes menos están propensos a abreviar la explicación de los fenómenos, ya que su rol asignado en la sociedad es el de problematizar la realidad. Sin embargo, la verdad empírica indica otra cosa. Son los intelectuales, particularmente los más sensibles a los asuntos sociales, quienes tendrían más propensión a actuar candorosamente sobre temas tan cruciales como el poder y la economía.

Una explicación tentativa recae en la herencia romántica que todavía arrastra al mundo intelectual y lo lleva a privilegiar lo sublime y a sobreestimar el poder transformador de los sueños. También cuenta el hecho y esto no solo aplica a los intelectuales y artistas, de que cuando uno se especializa mucho en un tema, digamos en esculpir o en analizar la literatura, es muy posible que seamos completamente ignorantes o ingenuos respecto de otros asuntos en los que carecemos de canales de verificación.

Según parece, quien descubrió esa paradoja fue un propagandista alemán llamado Willi Münzenberg. Las implicaciones de su hallazgo han sido inmensas y trágicas para el destino de Europa, de todo el Tercer Mundo y muy especialmente para América Latina.

Münzenberg nació en Sajonia en 1889 en el seno de una familia pobre. Tempranamente se suma a las Juventudes Socialistas que se oponen a la participación alemana en la Primera Guerra Mundial. Ello lo llevaría a exiliarse en Zúrich donde conoce a Lenin. Este, una vez al mando de la Revolución Bolchevique le asigna la tarea de promover la causa de la Unión Soviética en Occidente. Para cumplir su objetivo, Münzenberg propone una ruta genial y completamente contra-intuitiva: captar, no tanto a los líderes obreros, sino a los pintores, periodistas, actores, cineastas, novelistas, científicos y profesores, o sea, a los creadores de opinión de la clase media, despreciados por el marxismo como “intelectuales burgueses”. A ellos, Münzenberg los consideraba vanidosos, románticos, bonachones, propensos al automatismo ideológico e ignorantes de los mecanismos reales del poder. Consciente de su credulidad los llama “el club de los inocentes”.

También entendió como pocos las enormes posibilidades que brindaban los nacientes medios de comunicación y el embrujo que causaban en los pensadores la firma de manifiestos, los festivales artísticos y la agrupación en movimientos que él llamaba de “solidaridad”. Münzenberg, es seguramente el principal responsable por la creación de ese halo de superioridad moral que tanta renta le ha brindado a la utopía socialista y al progresismo.

Ya bajo el mando de Stalin y como jefe del Komintern en Occidente, Münzenberg supo controlar decenas de periódicos, productoras de cine y emisoras de radio —que lo hicieron millonario— destinados a presentar como aberrante cualquier crítica a los valores del colectivismo. Sin embargo y a pesar de sus portentosos aportes a la causa socialista, habría de morir Münzenberg en el más el clásico estilo soviético, ahorcado en las cercanías de Grenoble, como todo indica, por encargo del propio Stalin, en el verano de 1940.

En una investigación todavía embrionaria (Stalin, Willi Münzenberg and the Seduction of the Intellectuals, 1994), Stephen Koch, un profesor de la Universidad de Columbia, asegura que en dos décadas, Münzenberg alcanzó a captar a varias de las cabezas más prestigiosas de Occidente. Se trata de una lista que incluiría a Pablo Picasso, André Malraux, John Dos Pasos, Dorothy Parker, Louis Aragon, Dashiell Hammett, Paul Nizan, André Gide, Albert Einstein, Anatole France, H.G. Wells, Bertrand Russell, Ernest Hemingway, el grupo de Bloomsbury y varios actores, guionistas y directores de Hollywood, entre los que estaría Charles Chaplin. Aunque Koch no lo menciona, es inevitable añadir en este contexto a Pablo Neruda, quien batió todos los records del delirio al calificar a Stalin como “más sabio que todos los hombres juntos”.

Está perfectamente documentado, que muchas de estas figuras jamás visitaron la Unión Soviética y si llegaron a hacerlo, se puede afirmar que viajaron bajo condiciones totalmente controladas por el régimen.

En esta jugada genial, nunca sabría Münzenberg que había inventado a la moderna figura del Influencer, así como las técnicas del Ad Placement y el Micro Targeting, comunes hoy en cualquier campaña electoral medianamente sofisticada.

Con todo, es mi convicción que es el Tercer Mundo quien más caro ha pagado las anticipadas técnicas del propagandista alemán y en ese contexto, me temo que el caso más patético es el de Venezuela, por lo tardío y trágico de los efectos.

Cuando desembarca el chavismo en el poder en 1998 se consigue en Venezuela a la clase intelectual más desprevenida y acomodada del continente, acostumbrada a cuatro décadas de libertades políticas y al soporte frondoso del Estado petrolero. Era un grupo social que estaba presto para ser objeto de la “tecnología Münzenberg” que vendría importada de la Cuba castrista.

De hecho, pocos años atrás, en 1989, varios de los miembros más conspicuos de la intelligentsia venezolana se sumarían a un laudatorio con motivo de la presencia de Fidel Castro en la toma de posesión del presidente Carlos Andrés Pérez. “Nosotros —decían— intelectuales y artistas venezolanos al saludar su visita a nuestro país, queremos expresarle públicamente nuestro respeto hacia lo que usted, como conductor fundamental de la Revolución Cubana, ha logrado en favor de la dignidad de su pueblo y, en consecuencia, de toda América Latina… afirmamos que Fidel Castro … continúa siendo una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa independiente y solidaria”.

El grueso de estas figuras pagan hoy en la redes sociales la frivolidad de entonces, si es que no son abiertamente perseguidas por el régimen o han perdido por completo sus condiciones de vida en la Venezuela depauperada por el socialismo.

En el extranjero, podría decirse que las técnicas de mercadeo ideadas en algún momento por Münzenberg funcionaron como un reloj a efectos de granjearle simpatías al chavismo. Han sido 18 años de desinformación sistemática ejecutada a través de figuras relevantes del arte y muy especialmente, de la industria del entretenimiento. La lista es enorme, entre otros: Manu Chau, Vicente Fernández, Benicio del Toro, Kevin Spacey, Danny Glover, Michael Moore, Courtney Love, la cantante MIA, Roseanne Barr —hoy fanática de Donald Trump— Oliver Stone y Sean Penn quien aseguró que al morir Chávez, los estadounidenses perdían a “un amigo que nunca supieron que tenían”.

El catálogo de intelectuales y escritores que ayudaron a legitimar al chavismo en las democracias occidentales es también amplísimo, algunos de talla mundial como el lingüista Noam Chomsky o Gabriel García Márquez. El consenso entre ellos era que Chávez representaba la independencia respecto de la política internacional de Estados Unidos, una afirmación esencialmente retórica pues los “bolivarianos” nunca han dejado de venderle petróleo al “imperialismo”.

La fábrica de tontos útiles solo ha mermado con la crisis de refugiados y su implícito mensaje antisocialista. No obstante, allí tenemos al papa Francisco y sus ampulosas volteretas que nunca terminan de describir la política de violación a los derechos humanos que tiene lugar desde el poder en Venezuela y más recientemente en Nicaragua.

No da mayores detalles, pero asegura Stephen Koch que Münzenberg consiguió penetrar a El Vaticano. Poco sorprendería. ¿Por qué razón no habría de imaginar este visionario que la manera de calar en un continente entero, 90 por ciento católico como América Latina, sería a través de la Iglesia?

Cuando pensamos en manipulación política el primer nombre que viene a la cabeza es el de Joseph Goebbles. Lo hemos visto en filmes, documentales y bibliotecas enteras.

Sin embargo, sobre Willi Münzenberg hay todavía pocas investigaciones serias y ni hablar de una película de Hollywood. Sería una narración contada como una historia de gánsteres que engañan y asesinan sin recato, distantes del desprendimiento que presupone su causa.

Münzenberg está todavía por ser descubierto. El personaje histórico terminará de adquirir forma al ritmo en que se desclasifiquen más documentos de la era soviética. Sin embargo, es previsible que a buena parte del “mundo de la cultura” y el progresismo no le sea tan confortable ventilar uno de sus orígenes más contradictorios.

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