2018, la pesadilla de Venezuela

El año que termina deja en la retina de América y del mundo el gigantesco drama humanitario del país vecino, empobrecido hasta los huesos por el régimen de Nicolás Maduro y el chavismo.

La romería de migrantes venezolanos que cruzan las carreteras de Norte de Santander y Santander, para descolgarse luego a las capitales colombianas en busca de trabajo, o para continuar su travesía a Ecuador y Perú, y esta Navidad sombría que retratan los medios internacionales, de gente desesperada y desabastecida, sin ánimos ni recursos para celebrar, son el resumen de una patria sumida en su más profunda crisis económica, social y política.

En 2018, aquel éxodo se ha regado por todo el hemisferio, y desde dentro de Venezuela no paran de llegar noticias sobre todo lo que escasea: medicinas para enfermos de cáncer, de sida, vacunas para los niños, camas para embarazadas y papel para las editoriales y los periódicos. El cierre de empresas privadas y la corrupción en las estatales. La desbandada de inversionistas y el pánico regional por los coletazos de una economía enferma.

Citado por Andrés Oppenheimer, en este diario, Alejandro Werner, director del departamento del Hemisferio Occidental del FMI, advierte que en 2019 la inflación venezolana puede ser de 10 millones por ciento, porque los precios de los productos se duplican y triplican cada mes. Y si la masa de refugiados llega al techo de 10 millones de personas, las molestias y las tensiones regionales no se harán esperar, porque cada vez habrá menos posibilidades de absorber a tantos migrantes, y países como Colombia sentirán con más rigor, cada vez, el peso de la emergencia en sus índices socio-económicos.

Más allá del inapelable fracaso del modelo chavista, está la preocupación por un país cuya estructura productiva se desbarata al tiempo que provoca una depresión social y un malestar político bastante riesgosos para los venezolanos y sus vecinos. Las tensiones se están elevando y los botones bélicos se pueden oprimir con incidentes diplomáticos y fronterizos, incluso menores, instrumentalizados por el régimen de Miraflores para distraer a la opinión pública.

Un informe publicado esta semana describía cómo la época decembrina ha perdido todo encanto, en un país que pasó de imponentes decoraciones en centros comerciales y avenidas, a una austeridad que es el signo de la escasez y la miseria. El índice anualizado 2018 de inflación ya es del 1 millón 299 mil 724 por ciento.

No hubo este año cómo llevar viandas y trajes nuevos a los hogares, tampoco juguetes ni electrodomésticos. Un pan de jamón, tradicional en las cenas navideñas, cuesta hoy entre 3 mil y 4 mil bolívares, cuando el salario mínimo de todo un mes es de 4 mil 800 bolívares. En las calles y hogares de numerosos asentamientos populares hubo y hay hambre este fin de año.

En municipios como Ureña, San Cristóbal y San Antonio de Táchira, los locales comerciales están en cierres del 60 y 80 por ciento, y de los que sobreviven muchos exhiben mercancías desperfectas o anticuadas. Venezuela añora su pasado de bonanzas petroleras y de una economía próspera en la que cupieron cientos de miles de latinoamericanos que buscaron, ese sí, el “sueño de los bolívares”.

La alegría es la gran ausente en las fiestas decembrinas de un país desfondado por los sucesivos yerros de la política económica chavista. Ya son más de 3 millones los migrantes, los mismos que ahora hacen milagros para girar alguna remesa que alimente a los familiares que dejaron atrás para huir de la crisis y esperar que, en algún momento, caiga ese régimen de desgracias.

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