Intervención militar ya existe

Realidad de la crisis venezolana
No tapar el sol con las manos

El propósito indeclinable de la política internacional colombiana es defender los postulados democráticos y los deberes y derechos propios del sistema. Esa es, por supuesto, la línea a seguir frente a la satrapía que ha decidido tomarse a Venezuela como cosa propia. Es decir, que allí se pretende gobernar bajo la antítesis de lo que es fundamental para el propio pueblo, llevándolo por el contrario a una hambruna sin precedentes y generando una regresión política y social a los tiempos del ruido.

Es, desde luego, muy difícil argüir el concepto de la libre autodeterminación de los pueblos, cuando precisamente es ese mismo pueblo el que está siendo defenestrado y llevado hasta el límite de lo inconcebible. Basta con observar una y otra vez las personas que en múltiples marchas han salido a pedir el cambio del régimen que los asfixia y los amenaza. Nadie puede ser, en ese sentido, ajeno a la coyunda que se busca mantener para perpetuarse en el poder por parte de quienes han tomado al Estado como coto de caza, enriqueciéndose de manera inverosímil y fraudulenta a través de las más nefandas acciones criminales.

Frente a ello, Colombia tiene que guardar absoluta sindéresis y afianzar sus convicciones. Lo que se requiere es la inmediata convocatoria a unas elecciones libres en el país vecino, de modo que el pueblo pueda expresarse en el sentido que lo expone la Carta Democrática de la OEA, por cuanto esa posibilidad es hoy el derecho humano sustancial que todos debemos defender.

Luego de los episodios de los últimos ocho días, Colombia tiene que insistir en las elecciones libres, como igual tiene que hacerlo todo el bloque democrático que apoya la salida incruenta de la satrapía venezolana. Fomentar la violencia, en esos propósitos, sería un error de cálculo imperdonable, no solo por la sinrazón democrática, sino porque igualmente podría devolverse como un bumerán sobre nuestro país.

En esa dirección, resulta fundamental entender que el Ejército venezolano es el fiel de la balanza para liberar a la nación vecina de la usurpación. En la misma Colombia, durante la época del teniente general Gustavo Rojas Pinilla, se pudo conseguir el retorno a la democracia a partir de una junta militar de transición, de no más de un año. Hemos reiterado, en esta columna editorial, que esa podría ser la solución para llegar a una respuesta pronta en Venezuela.

El problema radica, ciertamente, en que en los últimos días se ha generado definitivamente un panorama similar al de las épocas de la “Guerra Fría”, con dos bloques mundiales abiertamente enfrentados: los unos contra Maduro y los otros a favor de él. Y en medio de ello, el único perdedor es, precisamente, el pueblo venezolano.

Uno de los problemas del último fin de semana, con la presencia de algunos presidentes en la frontera, consistió en que terminó confundiéndose el mensaje. De un lado, un concierto internacional que, si bien intencionado, desvió un poco el mensaje contundente que se pretendía develar con la proscripción de la ayuda humanitaria. Luego la ayuda humanitaria terminó comprometida en la pugnacidad política. Y de la pugna, incluso con el incendio de alguna tractomula, se pasó a la división del tema entre los dos bloques antedichos. Todo ello ayudó, desde luego, a denunciar internacionalmente al régimen madurista. Pero de alguna manera también sirvió al mismo régimen para afianzarse en el poder y contra-replicar que detrás del asunto asomaba las orejas una intervención militar. Y en medio del rifirrafe el único que ha perdido, de nuevo, es el pueblo venezolano, ya sometido a una desembozada intervención cubana, así como de militares rusos y agentes chinos. De manera que la intervención militar internacional ya existe, afianzando asimismo el régimen militarista interno.

En esa vía, no es factible aceptar la tesis madurista de que se está ad portas de la intervención militar del bloque democrático, sino proceder a la denuncia ante la OEA de que el camuflado intervencionismo militar cubano y ruso es un hecho cumplido en ese país. Nadie quiere, por supuesto, una salida cruenta a la situación venezolana pero también es muy hipócrita decir que allí no hay un pueblo indefenso ante el militarismo chavista, sobrepasado por el cubano y coadyuvado por el ruso. Esa es la realidad contante y sonante. Y el sistema democrático global tiene claras fórmulas para enfrentar este tipo de circunstancias. No hay que tapar el sol con las manos.

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