La herida que mantiene a Sofía Gaviria al rojo

Antes de viajar a Suiza, la exsenadora dejó salir su odio y firmeza para enfrentar la impunidad contra las guerrillas que mataron a su hermano y secuestraron a su mamá

El día que llamaron a Sofía Gaviria para decirle que su hermano Guillermo, entonces gobernador de Antioquia, había sido secuestrado por las FARC, revivió el mismo dolor, la furia y el miedo que 19 años atrás sintió cuando otra guerrilla, el EPL, se llevó a su mamá Adela Correa de Gaviria de su finca Musinga Grande. Era 1983, ya hace 36 años.

La familia Gaviria, encabezada por el liberal Guillermo Gaviria Echeverri, una voz recia con eco incluso en Antioquia a través de sus editoriales en el periódico El Mundo que compró en 1979 para convertirlo en la trinchera liberal en contrapeso al tradicional periódico conservador El Colombiano, ya había sido advertida de extraños movimientos que se estaban dando en la región de Frontino. Varios jóvenes se movían entre los corregimientos de Musinga y Carátua, preguntando constantemente y registrando sus movimientos. Era cuestión de días para que actuaran. El 29 de septiembre entraron a la finca y se llevaron a doña Adela. La montaron en un carro y luego de varias horas de camino la pusieron a caminar entre un plantío de caña de azúcar hasta que la internaron en las montañas antioqueñas.

Doña Adela estuvo cuatro meses secuestrada por la guerrilla, mientras presionaban a Guillermo Gaviria para pagar por su libertad. Sin embargo, desde hacía mucho tiempo el matrimonio había acordado que nunca pagaría un solo peso, convencidos de que eso solo haría crecer una empresa criminal. La presionaron con violencia ante la negativa de su esposo de pagar por el rescate. Una mujer de temple logró enviar algunas cartas a su familia, intentando ser muy cuidadosa para que sus siete hijos no se preocuparan más de lo necesario, hasta que sucumbió ante la tristeza. Se volvió llorosa, irascible e incluso pensó en suicidarse varias veces. La mataba la falta de sueño y las noches se le iban en pensamientos fugaces. Incluso una vez, sentada frente a una quebrada donde los guerrilleros habían levantado el campamento, se debatió entre las ganas de lanzarse a las furiosas aguas que venían cargadas del aguacero de la noche anterior. Se hundió en el llanto que soltó como un grito de ayuda desesperado para que su guardia no la dejara saltar. Descubrió que la depresión se debía a un hongo que le estaban dando en la comida cuando a uno de los guerrilleros se lo soltó frente a su inquietud por una zeta que estaba pegada a un tronco.

El EPL supo que no iba a recibir nada por doña Adela Correa de Gaviria, y el poder de la familia ya estaba presionando al gobierno Betancur, que buscó desesperadamente firmar la paz con los grupos guerrilleros, sin ningún éxito. La sacaron caminando de la vereda Calles en Urrao, y la pasearon por varias casas de campesinos que la tuvieron algunos días, hasta que doña Adela apareció el 10 de febrero de 1984 en el pueblo. Sofía tenía 15 años.

Dos décadas después, la historia se repetiría, esta vez en manos de las FARC. Y de manera aún más dramática.

El día que Guillermo Gaviria, el primogénito de la familia y gobernador de Antioquia, fue asesinado por el frente 34 comandado por Isaías Trujillo, el sargento Aranguren, uno de los dos sobrevivientes, estaba pelando un bejuco para hacerle un sombrero al gobernador. Una mancha negra apareció en el cielo y de ella vieron las sogas caer. Los guerrilleros supieron que se trataba de un intento de rescate, pero tenían una orden muy clara: no permitir ninguna liberación. Y la cumplieron.

Lo último que escuchó el sargento Aranguren, al que le pegaron dos tiros en la cabeza y uno en la pierna, que no lograron matarlo, fue a Gaviria suplicar por su vida: “¡Muchachos, no nos maten!”

El 17 de abril de 2002, Guillermo Gaviria Correa y su asesor de paz, el exministro Gilberto Echeverry Mejía, emprendieron un duro camino por la paz. Organizaron la Marcha por la No Violencia que salió desde Medellín y terminaría 55 kilómetros después en el municipio de Caicedo, el mismo pueblo del guerrillero que ordenó su asesinato. Gaviria estaba presionando para buscar un diálogo con las FARC, pero cuatro días después, a 4 kilómetros para llegar, los hombres del comandante Trujillo aparecieron. Era inevitable, se iban a llevar al gobernador y a su asesor.

Gaviria no opuso resistencia, incluso le dijo a su esposa Yolanda Pinto, exdirectora de la Unidad para las Víctimas en el gobierno Santos, que se pusiera al frente de la marcha, era un deber terminar el recorrido. Yolanda lo llenó de besos, sabiendo que era muy probable que no lo volviera a ver. Antes de verlo irse escoltado por dos guerrilleros, Guillermo Gaviria alcanzó a decirle que no podían pagar por su rescate, el mismo pacto que sus padres habían hecho más de 20 años atrás. Era un principio de familia.

Sofía Gaviria esta vez estudiaba en Barcelona cuando supo la noticia. Se derrumbó, y al mismo tiempo el odio hacia las FARC y cualquier expresión guerrillera se profundizó. En Colombia, Yolanda intentaba cualquier acercamiento para buscar un intercambio humanitario que le devolviera a su esposo, y con la ayuda de Álvaro Uribe, que había llegado a la Presidencia con la promesa de la mano dura contra las FARC, lo había logrado, aunque este después lo negó.

Gaviria y Echeverry lucharon contra el cautiverio con las mismas rutinas que tenían en libertad, e involucraron a los guerrilleros en sus actividades. A las 5 de la mañana se despertaban para oír el programa de radio Cómo amaneció Medellín. De 9 a 10 Gaviria, que le pidió incontables veces al comandante Trujillo y al Paisa, el otro al mando, un diccionario inglés-español, dictaba clases a otros soldados que también estaban secuestrados con ellos. Después trotaban en los 7 u 8 metros por los que les permitían moverse de un palo al otro hasta que bañados en sudor y ahogados por la humedad de la selva, rogaban por que los dejaran ir al río. Durante los 13 meses que duró el secuestro, la rutina siempre fue la misma, y las tardes se iban jugando ajedrez y escuchando más radio.

El 5 de mayo mientras Uribe y su ministra de defensa Marta Lucía Ramírez se encontraban en la inauguración del Batallón de Alta Montaña en los Farallones de Cali, recibieron la aterradora noticia. Uribe llamó a la familia Gaviria, que recibió la noticia como un baldado de agua fría, aunque nunca le reprocharon por el intento de rescate, como sí lo hizo Yolanda Pinto, que lo calificó como una verdadera “chambonada”.

Sofía Gaviria volvió de Barcelona para el funeral de su hermano, que fue despedido en una multitudinaria manifestación. El hombre que los había gobernado buscando la paz había muerto en su nombre. Pero Sofía nunca quiso perdonar. Llegó al Congreso por el Partido Liberal en 2014. Vigilante de la negociación de paz del gobierno Santos se volvió una crítica radical contra cualquier forma de impunidad a los guerrilleros de las FARC. La tragedia de la familia, paradójicamente, le abrió un camino que no se esperaba y la catapultó políticamente. Aunque los votos no le alcanzaron para regresar al Senado se convirtió en un referente de vehemencia y radicalidad que terminó alejándola del Partido al que su familia siempre estuvo vinculada.

Fundó la Federación Colombiana de Víctimas de las FARC (Fevcol), desde donde se opuso tajantemente al proceso de paz con la guerrilla. Cuando Santos la invitó a La Habana con la comitiva de mujeres y víctimas del conflicto, esta se negó. Hizo campaña por el NO y desde su curul impulsó la urgencia de realizar modificaciones.

Con la aparición en la escena presidencial de Iván Duque como el candidato del uribismo, Gaviria se unió a su campaña y su nombre sonó constantemente para convertirse en la directora de la Unidad de Víctimas para reemplazar a la viuda de su hermano y darle una nuevo rumbo a la entidad. El nombramiento no se dio pero apareció la embajada de Colombia en Berna, Suiza. Lo meditó mucho y aplazó la decisión precisamente para no dejar acéfalo el movimiento de las víctimas de las FARC.

Una posición que tomó nueva forma hace unos días cuando varias organizaciones fueron convocadas por la senadora Paloma Valencia y el senador Iván Cepeda para dialogar en la Comisión de Paz del congreso y terminó confrontada duramente con Ángela María Robledo. El testimonio de las víctimas terminó atravesado nuevamente por el dolor de unas y otras. Sofía Gaviria es una de ellas y desde donde esté vigilará que los actos criminales de las FARC contra su familia y tantos otros colombianos no queden impunes.

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