Corchados

La realidad de Colombia es una suerte de cosas que “corchan”, es decir, que nos dejan desconcertados y sin la capacidad de entender por qué pasan. La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) llegó a este mundo para ser uno de esos asuntos y la decisión que tomó la semana pasada, en la que otorgó la garantía de no extradición y ordenó la liberación de Jesús Santrich, cabecilla de las antiguas Farc, es una clara muestra de eso.

Tipos como Santrich juegan a la doble moral bajo el amparo del acuerdo de Paz. Sí, listo, vaya y venga que lo pactado en La Habana les dio una serie de concesiones a personajes como este, entre ellas un juzgamiento privilegiado. Sin embargo, eso no excluye que, como sociedad en donde la justicia tiene un papel clave, se tomen decisiones ejemplarizantes cuando hay evidencias de que algo se está haciendo algo mal. Y lo de Santrich ha sido raya en la obviedad.

La JEP se creó como un mecanismo transicional para avanzar en la solución de los temas asociados al conflicto armado, buscando justicia y reparación. Lo malo es que hoy, como instancia jurídica, genera más incertidumbre que claridad para el futuro del país. Por eso, volviendo al asunto Santrich, su caso nunca debió pasar por la JEP y debió mirarse con el ojo de la justicia ordinaria. Sencillo: si el tipo estaba dedicado al narcotráfico y a mandar coca a los Estados Unidos, pues había que caerle y extraditarlo, alejando cualquier consideración política que pudiera protegerlo con amaño.

Viene, entonces, una pregunta: si bajo el amparo de los acuerdos de paz, la responsabilidad de poner en cintura a este tipo de personajes recayó en la JEP, ¿por qué sus actuaciones dejan un tufillo de incongruencia? La pregunta tiene a más de uno corchado desde hace tiempo. Corchado porque no se sabe si la respuesta sale del plano netamente jurídico (el deber ser) o sale del plano político (al que le quieren jugar).

Si la JEP busca un talante de institución para la historia del país, debe tomar decisiones ceñidas al derecho, sin ambigüedades ni el enrarecimiento por el influjo político. Lo que pasó con Santrich demuestra que perdió la oportunidad de sembrar un precedente de autoridad frente a la obviedad de unos hechos que mostraron el abuso de confianza de algunos personajes en marco del acuerdo de paz.

Lo cierto es que el modus operandi de la JEP exacerbó las posiciones de muchos y, en un país polarizado, casos como este son detonan los choques de trenes y los debates eternos sobre lo que está bien y mal. Créanme, eso no ayuda a construir la tolerancia necesaria para bajar ese calor visceral que muchos emanan y que nos deja corchados sobre lo que viene para Colombia.

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