Sin cierre de listas, más de lo mismo

Ojalá la iniciativa de listas cerradas no se pierda. Si no se puede por el Congreso, los ciudadanos, con el apoyo de esos políticos que de verdad creen en la democracia, deberíamos impulsar esta iniciativa.

Como el corazón de la reforma política, las listas cerradas, se hundió en el Congreso, el presidente Duque ordenó retirar el respaldo del gobierno a esa iniciativa. Hizo bien, pues había sido una de sus promesas políticas impulsar las listas cerradas, porque la fuente, o al menos, una de las causas principales de la corrupción de los políticos, tiene que ver con la existencia de listas abiertas a las corporaciones públicas de elección popular.
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No estoy seguro, pero entiendo que Colombia es la única de las democracias representativas que tiene ese sistema. Y si no lo es, se trata de un número reducido de ellas. Como he escrito en repetidamente, las listas abiertas rompen la disciplina y la coherencia política de los partidos, puesto que quienes son elegidos de esa manera convierten la política en un archipiélago de microempresas electorales que, fundamentalmente, responden a los intereses particulares de los así elegidos, que, casi siempre ponen por encima de los del partido y del interés general de la república. Y también, porque los directivos de esos partidos se convierten en dadores de avales, muchas veces presionados por las circunstancias o el cálculo electoral, que conduce, en el menos malo de los casos, a validar candidatos de dudosa o pésima ortografía política y social, con tal de ganar unas elecciones; y el peor, a envilecer aún más la política, porque ellos mismos son la crema y nata del clientelismo y la componenda.

Las listas abiertas dificultan la necesaria negociación democrática entre el gobierno y los partidos, ya sean de gobierno u oposición, porque el ejecutivo debe tener en cuenta multitud de demandas y reclamos en lugar de centrar esa actividad en el contacto con un razonable número de responsables políticos de esas agrupaciones. Porque la democracia no es el griterío ni el tumulto de mil voces, sino el arte de acordar u oponerse, entre grupos que representan amplios sectores de opinión, es decir, los partidos.

Y aunque reconozco que puede haber algunos candidatos y líderes partidarios que actúan de buena fe y con vocación de servicio al recibir o dar ese tipo de avales, porque de otra manera no podrían ganar elecciones, les es difícil escapar del cálculo político contaminado con corrupción y personalismo barato que constituye el entorno en el que actúan, cuando de hacer valer sus ideas políticas al servicio de la nación y del ejercicio de la política se trata.

Un buen ejemplo de lo que digo es, precisamente, el rechazo que recibió la iniciativa de Duque y de partidos como el Centro Democrático, como no podía ser de otra manera, en un congreso compuesto por parlamentarios electos con listas abiertas (incluidos los del CD). Y en las elecciones regionales y locales ese fenómeno está a punto de repetirse, con lo que el archipiélago se multiplicará por mil y el control de las políticas a esos niveles será imposible de controlar.

Y, por favor, quienes se oponen a mi planteamiento no argumenten que existe una ley de bancadas. Porque esta tiene mecanismos estipulados para evadir la disciplina de partido, que le permiten a un funcionario electo esquivar las directivas de su formación política, como munchas veces ha ocurrido en Colombia. Y aunque la objeción de conciencia es una manera válida de votar en contra de la directriz del partido, no hay una ley que la reglamente de verdad, como ocurriría, complementariamente a un mecanismo de partido que obedezca a las listas cerradas.
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Ojalá la iniciativa de listas cerradas no se pierda. Si no se puede por el Congreso, los ciudadanos, con el apoyo de esos políticos que de verdad creen en la democracia, en los que repito, hay líderes y elegidos en listas abiertas, deberíamos impulsar esta iniciativa, junto con otras necesarias, una verdadera reforma política mediante algún tipo de consulta, para acabar, en lo posible, los vicios políticos que nos tocan de manera tan severa.

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