Santrich, el congresista tóxico

La posesión de Jesús Santrich desató un profundo malestar en el Congreso e indignó a la opinión pública. El exguerrillero no renunciará y solo cabe esperar que la Justicia decida con prontitud sobre un caso que golpea el proceso de paz.

El pasado martes a las ocho de la mañana en la oficina del vicepresidente de la Cámara, Jesús Santrich –de pie y con su mano izquierda en alto– juró “sostener y defender la Constitución y las leyes de la república”. Fue la consigna solemne requerida para tomar posesión como representante a la Cámara por el departamento de Atlántico. A parte de algunos integrantes del partido Farc, nadie quería estar siquiera cerca. El presidente de la corporación, Carlos Alejandro Chacón, incluso maniobró un permiso para eludir su deber de posesionarlo.

Después de recibir su credencial de congresista Santrich salió del Capitolio y fue a la Corte Suprema de Justicia y después a la JEP, para radicar sendos oficios donde ratificó que está a disposición de los magistrados. En la rama judicial está la explicación de por qué logró hacerse legislador cuando hace apenas dos semanas estaba en prisión.

Por un lado, la JEP decidió que por carencia de pruebas para examinar no podía establecer si Santrich delinquió luego de la firma del acuerdo de paz con narcotráfico, como lo asegura la inteligencia de los Estados Unidos. El tribunal para la paz negó su extradición en primera instancia, y compulsó copias para que la jurisdicción ordinaria investigara. A su turno, luego de varios ires y venires, la justicia ordinaria, concretamente la Sala Penal de la Corte Suprema, asumió el caso. Allí se definió que Santrich tenía fuero de congresista, se ordenó su libertad y le abrieron investigación. El exguerrillero tendrá que rendir indagatoria y tras esto ese tribunal decidirá si lo detiene o no mientras se surte el juicio.

Aunque hay argumentos legales para explicar los giros extremos del caso Santrich, en el plano político esos razonamientos palidecen. De cara a la opinión pública lo que se tiene es un comprometedor video en el que tal parece que Santrich está cerrando un negocio de narcotráfico. Duque ha insistido en que es vergonzoso tener un “mafioso” en el Congreso y la opinión pública ha mostrado su indignación.

Santrich, por su parte y de tiempo atrás, ha hecho deliberados esfuerzos por generar desconfianza. El exguerrillero se ganó el desprecio general cuando en medio de las negociaciones de paz le preguntaron si ofrecería perdón a las víctimas y canturreó, en clave de burla y abrazado a Iván Márquez: “Quizás, quizás, quizás…”.

Esta semana, al llegar por primera vez a la Comisión Séptima de la Cámara, Santrich tomó asiento sonriendo e hizo la V de la victoria. Es gesto exacerbó los rencores y provocó indignación. A la representante Jennifer Arias, del Centro Democrático, se le quebró la voz y abandonó el recinto. Dijo que un familiar suyo fue asesinado por las Farc y que le resultaba indignante la presencia del exguerrillero. Eso llevó a que la sesión fuera cancelada.

Tras esto Santrich trató de mostrarse prudente pero ya era tarde. Luego, en la plenaria de la Cámara, incluso los miembros del Partido Verde –firmes defensores del acuerdo de paz– se sumaron a las bancadas que protestaron con carteles. Desde distintas orillas políticas se afirma que Santrich-congresista le hace daño al proceso de paz y que debería renunciar. Pero eso no va a pasar: si él renunciara perdería el fuero y, nuevamente, podría ser capturado por la Fiscalía. Santrich, contra viento y marea se quedará en el Congreso siendo el legislador más detestado. Solo cabe aguardar a que la Justicia actué con prontitud y diga si es culpable o inocente.

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