A cuidar la lengua

Aquí crece la censura agazapada en conceptos equívocos como el discurso de odio y la corrección política.

Las lenguas de muchos han estado calientes por estos días. Cómo olvidar al presidente de la macilenta Ecopetrol pidiendo que lo pusieran a hablar con alguien de su ‘nivel’ y no con un simple profesor, carente de ‘autoridad’ para controvertirlo. Y al déspota Rafael Correa amenazando con cárcel al damnificado que se quejara por el abandono en que estaban tras el devastador seísmo.

La lengua castiga, solía decirse. Y bien lo sabe Clara López, a quien no le sirvió de nada borrar los trinos que escribió hace menos de dos años, como uno en el que acusa a Santos de “organizar la compra de votos más grande de la historia con la plata de los impuestos” y el inolvidable “No me verán en el gabinete de Santos”: la ‘mermelada’ todo lo puede. Claro que el cambio de gabinete salió mal, quedó como un burdo intento de cooptar a la oposición o de dividirla, de no ser posible. Hubo malestar en el Polo, en los ‘verdes’ y hasta en el Partido Liberal. Y eso de llamarlo “gabinete para la paz” es hilarante. Por si fuera poco, se reversó la reforma del Ejecutivo que había aconsejado Tony Blair; ese guarismo del 13 por ciento los tiene buscando la fiebre en las sábanas.

También se le fue la lengua a Edmundo Suárez, exdirector de la Uiaf, quien habló inocentemente con The Economist sobre la fortuna de las Farc, como si no supiera que el funcionario que ponga en riesgo la claudicación que se cuece en La Habana la lleva. Y el Gobierno puso su vida en riesgo al señalarlo como el sapo que, sin querer queriendo, destapó este secretico.

La cuestión fue más lejos aun gracias a la locuacidad de dos personajes que confirmaron que las Farc sí tienen harto billete y que el gobierno de Santos sí sabía: nuestro viejo conocido William Brownfield, exembajador imperial, y el fiscal encargado, Jorge Perdomo, que se sacó el clavo por no haber sido ternado al cargo de Fiscal General. Eso también le salió mal al Gobierno, porque a nadie le gustó que la terna estuviera cantada. ¿Será por eso que antes de la cantata vallenata hubo rechifla en Valledupar?

Toca preguntarse si el Gobierno también anda buscando a quién culpar por la revelación de The New York Times acerca de que las Farc siguen reclutando menores. Un tema sensible que debería pesar en la negociación, pero como se trata de niños campesinos que no valen nada… Sin embargo, algún funcionario debe tener la culpa de que el prestigioso diario gringo haya puesto el dedo en esa llaga y, de descubrirse, pagará el pato. Ah, y mi general Mejía metió las de caminar al admitir que francotiradores de las Farc están hostigando al Ejército. ¿Será que se quiere poner el Everfit?

También a un hombre probo como Javier Gutiérrez Pemberthy la lengua podría terminar pasándole una cuenta de cobro. Según su versión, en la Refinería de Cartagena no hubo corrupción y los controles dizque evitaron mayores costos. ¡Hombre, si hasta la ampliación del canal de Panamá y el cosmódromo de Vostochni salieron más baratos que Reficar!

Apagar no paga y decir la verdad, menos. Aquí, doctor es cualquier Peñalosa, cualquier Petro o cualquier “rata” como Samuel Moreno. Aquí crece la censura agazapada en conceptos equívocos como el discurso de odio y la corrección política. Ya no se puede criticar la llegada de un sicario como el ‘Paisa’ a La Habana ni trinar que los animales no son personas. Hace unos años, los libros de autoayuda eran catalogados sin reserva como basura, y a Paulo Coelho lo menos que le decían era ‘cursi’. Ahora, al que critique 'Chupa el perro' lo capan. “Libro es libro”, dicen; sí, también el directorio telefónico.

Da envidia Venezuela: solo trabajan dos días y venden desodorante por untadas. ¿Cuál crisis?

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