A fin de cuentas, ¿a quién creerle?

Las ilusiones de paz, que cada día nos despacha el presidente Santos, pueden derrumbarse a medida que las Farc sigan mostrando sus cartas sin máscara alguna.

La pregunta es válida. En torno al proceso de paz hay algo que nos confunde a los colombianos. Según el presidente Santos, en La Habana se han conseguido ya logros y avances muy importantes y un acuerdo final está próximo. Pero las Farc, de su parte, desmienten con sus últimas declaraciones tan alentadores sueños.

Es evidente que Santos está actuando como si las negociaciones estuviesen en su etapa final. De ahí que nos haga sentir la proximidad del posconflicto nombrando a Óscar Naranjo ministro consejero del mismo, creando un Comando de Transición y enviando a La Habana a altos oficiales para acordar supuestamente la desmovilización y la dejación de armas. “Nunca antes se habían dado avances de esta magnitud”, dice su cercano amigo y aliado Gabriel Silva Luján.

¿Realidad o puras ilusiones? Para no caer en el engaño, deberíamos tomar muy en cuenta las recientes declaraciones de ‘Iván Márquez’ y de ‘Timochenko’, a las cuales no se les ha prestado la debida atención. Los comandantes de las Farc no ven cercana la firma de un acuerdo de paz. “¿A qué juega el Gobierno con sus anuncios –se pregunta ‘Márquez’–, cuando lo normal sería no crear falsas expectativas? Pareciera que su estrategia es la de hacer creer que el proceso de paz ha entrado en la recta final”. Lo mismo afirma ‘Timochenko’ en su comunicado del pasado 2 de septiembre: “Parece estar en marcha una ola irresponsable de sensacionalismo en torno al tema”.

Por otra parte, los comandantes de las Farc rechazan que la paz implique la dejación de las armas “sin que se den –dicen– los cambios sociales, económicos y políticos que reclama el país”. Rechazan también el Marco Jurídico y la justicia transicional, declarando que no es viable. El único marco jurídico que admiten es el Acuerdo General de La Habana, en el que el Estado y la insurgencia son partes iguales.

Finalmente, ‘Timochenko’ se pregunta quién le está poniendo la trampa a quién. “¿Será –dice– que el exaltado optimismo oficial y mediático apunta a crear una idea fantasiosa para que cuando aparezcan las dificultades previstas poder romper (la negociación) echándonos toda la culpa a nosotros?”.

Rotundas en estos pronunciamientos, las Farc han asumido, desde cuando se sentaron a la mesa para iniciar los diálogos, que negocian de igual a igual con el Gobierno. Reparten por mitad culpas y víctimas. Para ellas, las acciones terroristas que estremecen a los colombianos son propias del conflicto armado. No aceptan de ninguna manera la entrega de armas. Solo hablan de la dejación de las mismas, a la vez que exigen la reducción de las Fuerzas Militares. Y, como si fuera poco, no aceptan la firma del acuerdo sin imponer cambios en la estructura social, política y económica del país.

A pesar de lo que piensa y dice el Gobierno, las Farc no se consideran derrotadas. Los contundentes golpes que recibieron en el campo militar y la imposibilidad de llegar al poder por la vía armada las obligaron a realizar un cambio de estrategia. En muchas regiones cambiaron sus unidades guerrilleras por las llamadas milicias bolivarianas, que logran, sin la presión de las armas, pero con los millonarios recursos provenientes del narcotráfico, un mayor control sobre la población. Los guerrilleros de otro tiempo fueron remplazados por clandestinas Unidades Tácticas de Combate. Cada una cuenta con solo 10 miembros insertados en la población civil. Expertos en el manejo de explosivos y hábiles francotiradores han logrado producir más bajas en las Fuerzas Armadas que en la época en que libraban combates abiertos.

Frente a esta nueva realidad, las ilusiones de paz, que cada día nos despacha el presidente Santos micrófono en mano, pueden derrumbarse a medida que las Farc sigan mostrando sus cartas sin máscara alguna. Tenemos, pues, suficientes razones para estar alarmados.

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