A la brava

Es posible que detrás de la “insuficiencia” de los diálogos esté el comienzo de la fuga. Y que lo de la reculada no sea un mal chiste sino el comienzo del fin. Es posible que de esos comienzos se trate. O de un respiro que se tome Santos para seguir cañando con par sietes y llevarnos despeñadero abajo y “a la brava” hacia un acuerdo que nadie quiere y nadie aceptaría.

Vencido por los hechos y devorado por la inquietud popular y por cierto pudor ante el ridículo, el doctor Humberto De La Calle Lombana, sedicente jefe del Gobierno en las conversaciones de paz, no tiene ahora más remedio que reconocer como “insuficiente” el ritmo con el que las FARC vienen trabajando en la mesa. Dicho en otras palabras, que no hay nada de nada, y que nunca hubo nada de nada.

No es la primera vez que nos mienten. Porque ese triste lauro se lo lleva la sucesión muy nutrida de afirmaciones del propio Presidente, negando durante un año que hubiera algún acercamiento con las FARC en Cuba. Mal comienzo para un hecho político de tanta trascendencia. Los presidentes no mienten, creería uno de ingenuo, y menos pueden edificar un proyecto de tanta envergadura sobre la mentira. Pero así son las cosas con el doctor Santos.

Con el Doctor De La Calle no nos va mejor. Porque de tal amo, tal lacayo. Y el hombre reposado, ecuánime y confiable que conocimos, se ha trocado en este de ahora, que por su propia voluntad asumió el rol de embaucador impenitente.

Abramos entonces el capítulo que el título de esta columna lleva, recordando que el negociador jefe, por lo menos para la tribuna, ha dicho que no habrá negociación alguna que se celebre “a la brava”. Una expresión es ésta de mucha raigambre antioqueño caldense, para describir lo que se hace o maneja por encima de todo, especialmente de la razón. Las cosas se hacen a la brava cuando no hay consideración que valga, ni derecho que se respete, ni opinión que se atienda.

Cuando el negociador jefe, que es el papel que se supone desempeña De La Calle, dijo semejante cosa, pensamos seriamente que habría de rendirse ante fenómenos tan formidables como el querer popular y el Derecho vigente. Pero nada. Otra vez, henos aquí reunidos frente a la desilusión y el desengaño. Lo que significa que lo de La Habana ya está arreglado, como tantos sospechamos, y que se firmará el maldito papel que protocolice esa infamia, sin que importe lo que los colombianos opinemos y lo que el orden jurídico disponga.

Para cualquier buen entendedor, la manifestación por el silencio del 9 de abril habría bastado. Después de gastos inmensos, como todos los de este Gobierno en materia publicitaria; después de comprometer a punta de mermelada a los alcaldes y gobernadores; después de arrastrar por la ternilla a todos los parlamentarios que hacen la mayoría de adictos al poder y al dinero; después de conquistarse al cardenal socialistoide; después de ordenar la movilización de las tropas; después de convocar “a la brava” a los empleados públicos, a la marcha no salió nadie. Fuera de los treinta mil movilizados por las FARC, las calles y las plazas quedaron vacías. Esa desaprobación fue clamorosa, contundente, enorme. Pero “insuficiente”. Y llegaron las encuestas, para empeorar la causa, si ello fuera posible. Si los plenipotenciarios no volvieron demasiado fatigados de oír a Márquez y sus bandidos compañeros, estarán notificados de que algo así como el 80% de los colombianos no creemos ni aceptamos a las FARC, impunes, haciendo política. Lo que se haga en contrario será “a la brava”.

Como sería a la brava seguir con la tesis del Fiscal y del Marco para la Paz, que permitiría traer a los delincuentes más odiados del país, sin escalas desde La Habana hasta el Capitolio Nacional. También la encuesta de Gallup lo revela: el 97% de los colombianos odiamos a las FARC. ¿Estará eso claro? Y comprueban la imposibilidad jurídica de estos tejemanejes las opiniones de Naciones Unidas, la OEA, la Corte Penal Internacional y hasta la de Human Rigths Watch.

Es posible que detrás de la “insuficiencia” de los diálogos esté el comienzo de la fuga. Y que lo de la reculada no sea un mal chiste sino el comienzo del fin. Es posible que de esos comienzos se trate. O de un respiro que se tome Santos para seguir cañando con par sietes y llevarnos despeñadero abajo y “a la brava” hacia un acuerdo que nadie quiere y nadie aceptaría.

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