‘A los 10 años me reclutaron las Farc’: Lorena Murcia

La presidenta de la Corporación Rosa Blanca, que agrupa a víctimas, cuenta su terrible experiencia.

A los 26 años, Lorena Murcia asumió la presidencia de la Corporación Rosa Blanca. Era conocida ya por haber participado en el documental 'Las mujeres de las Farc', en el que denunciaba la vinculación de esta guerrilla con el narcotráfico.

Debido a que en los acuerdos de La Habana nunca se trataron los delitos sexuales de las Farc, 25 mujeres reclutadas a la fuerza siendo niñas, y luego violadas y obligadas a abortar, fundaron la Corporación Rosa Blanca. Al verificar que tales delitos sexuales quedaban en la impunidad al ser convertidos, incluso por la JEP, en excusables delitos de guerra, decidieron conformar la corporación para denunciarlos públicamente y hacer visibles a las víctimas de estos atroces actos.

Atraídas por la combativa personalidad de Lorena Murcia y su valor para enfrentar las constantes amenazas de las Farc, más de 1.200 mujeres que hoy hacen parte de la corporación la eligieron presidenta de esta.

Rosa Blanca presentó un informe al Senado con pruebas que responsabilizan, uno a uno, a los grandes jefes de las Farc de violaciones y reclutamientos forzados. “Queremos agotar todas las instancias en Colombia, pero sabemos que no hay ninguna garantía de justicia para los delitos sexuales”, dice Lorena. Ante esta realidad, la corporación piensa acudir a las cortes internacionales para denunciar la violencia sexual de la cual todas fueron víctimas. El calvario vivido por estas mujeres las une en torno a una reparación.

¿Cuándo y cómo fue reclutada por las Farc?

Fui reclutada cuando tenía 10 años. Me llevaron a la fuerza al frente Yarí, donde permanecí seis años. Yo vivía en un caserío del Caquetá con mi madre, una hermana y un hermano. Un 31 de diciembre sufrí una violación por parte del Ejército y una semana después, el 6 de enero, llegaron las Farc al pueblo y les contaron lo que me había pasado. Entonces, el comandante me dijo que para protegerme me iban a llevar con ellos. Me subieron a un carro en el que había unos 25 niños de ocho, nueve y diez años. Después de un día de viaje llegamos al campamento. A los niños que se desplazaban conmigo se los habían llevado diciéndoles que iban a aprender a leer y escribir en tan solo quince días. Al día siguiente oímos otra cosa: que ya éramos parte de las Farc, o sea que ya éramos guerrilleros y que nos olvidáramos de las familias que habíamos dejado en nuestros pueblos. De ahí en adelante, nuestros compañeros del campamento iban a ser nuestra única familia.

¿Qué siguió entonces?

Todo fue muy duro. Ya no éramos niños, no podíamos llorar ni reír. Teníamos que cargar el fusil, abrir huecos, cargar la leña, pedir permiso para ir al baño. Es decir, ajustarnos a una disciplina rigurosa. Entramos en un proceso de pedagogía y entrenamiento militar. Teníamos que aprender a hacer las caletas, a enterrar las estacas para poder armar la carpa. La primera vez que tuve que alzar una estaca, me caí para atrás. No podía llorar, pues podían sancionarme. Si lo ven llorando a uno, para ellos es una simple debilidad. Los entrenamientos eran tan fuertes que los mismos adultos se quejaban. Fue un cambio del cielo a la tierra. Con muchos y constantes sufrimientos, uno extraña a su mamá, a los hermanos y a los amigos. Uno sabe que en cualquier momento lo puede matar una bala o una bomba. Los simulacros que nos hacían recién entrados eran aterradores. No dejan dormir y uno no sabe con certeza si se trata realmente de un simulacro o de una repentina llegada del ejército. De niño, uno iba al combate como cualquier adulto. Recuerdo que en mi primer combate, yo quedé paralizada. Una amiga me pegó dos cachetadas para hacerme reaccionar, pues de lo contrario me hubieran matado.

¿Cuántos guerrilleros había en el Yarí?

Muchos. Allí se reunían casi tres frentes. Llegaban las comisiones para el economato. En ninguna otra parte se concentraban tantos alimentos. El de Yarí era el campo más grande de entrenamiento que tenían las Farc.

¿Cómo se producían los combates?

Cuando el ejército llegaba a ciertos puntos, nosotros íbamos y los hostigábamos. También se lo encontraba uno de sorpresa cuando íbamos de patrullaje. Si atacaban con bombarderos, nos tocaba correr porque lo podían matar a uno o al compañero que iba al lado. En todo momento estábamos cerca de la muerte.

¿Cómo eran sus charlas con los demás compañeros?

Eran siempre muy dolorosas. Cuando uno se juntaba con ellos, oía cosas muy tristes: ‘A mí me sacaron de no sé dónde’, ‘a mí me mataron a mi papá’, o bien ‘yo estoy aquí porque quiero vengar la muerte de tal familiar’. Uno aprende a convivir con tal sufrimiento. Después salen charlas y anécdotas del día a día.

¿Tuvo alguna noticia de su madre?

No, nunca. Cuando salí de las Farc, a mi mamá la ubicó la Cruz Roja.

¿Cómo eran las relaciones sexuales en la guerrilla?

Había muchas violaciones por parte de los mandos. Para establecer relaciones con otros guerrilleros tocaba pedir permiso. Yo nunca tuve pareja dentro de las Farc.

¿Pero fue violada?

Claro que sí. A mí me violó un guerrillero que fue mandado por una comandante cuando yo tenía casi 12 años. Víctor, el supremo comandante del frente, me decía siempre que yo me parecía a una hija que él tenía en Bogotá. Tal vez por esa razón me protegía. Pero cuando tenía que salir a reuniones fuera del campamento, una mujer llamada la ‘Lapa’ lo remplazaba. Precisamente ella, para vengarse de esa protección que me daba Víctor, le dio la orden a un guerrillero de violarme. Cuando llegó Víctor le conté lo ocurrido, pero la ‘Lapa’ dijo que eso no era cierto. Por miedo a ella, todos negaron lo que pasó. De todas maneras, le dije al comandante que si algún hombre o mujer me volvían a poner una mano encima yo los mataba.

¿Los muchachos eran víctimas de violaciones?

Claro. Víctor violaba a un montón de niños y también a las muchachas del campamento. Cada semana cambiaba de mujer. Yo me salvé porque me parecía a su hija.

¿Ustedes tenían adoctrinamiento político?

Nosotros nos guiábamos por los partidos de izquierda. Allá se hablaba mucho de la Unión Patriótica. Mi papá, por cierto, fue concejal de la UP y luego comandante de las Farc. Cuando supo que a mí me habían reclutado, intentó sacarme, pero Víctor no dejó.

¿Usted tenía algunas convicciones después del entrenamiento recibido?

Sí. La metodología que tienen ellos es muy grande. Después de las cuatro de la tarde, usted tiene un profuso adoctrinamiento. Uno se sienta con sus cartillas y empieza a estudiar a fondo los estatutos de la organización. Ponen en ello tanto empeño que uno termina asumiendo su pensamiento. Dicen, por ejemplo, que el Estado capitalista no sirve para nada, no hace escuelas ni colegios ni se ocupa de la salud, que son las Farc quienes cuidan de nosotros en los pueblos.

¿Qué ocurre con los abortos?

Lo primero que nos decían siempre es que las mujeres no vienen a parir. Pero lo que pasa a menudo es que los métodos de planificación que ellos tienen son deficientes. Nunca llegan los medicamentos a tiempo para evitar los embarazos, de modo que las mujeres no pueden evitarlos. Cuando las violan quedan embarazadas. Las únicas que tenían la opción de decidir si tenían un hijo o no eran las mujeres de los altos mandos. El resto sabían que les tocaba abortar y cumplir una sanción por violar el reglamento.

¿Cómo salió usted de las Farc?

Con el tiempo, yo iba a los pueblos para investigar las situaciones que nos denunciaban, pues la guerrilla era la única ley en esas zonas. Yo reunía la información, y los comandantes decidían qué sanción imponían al pueblo. A un grupo de guerrilleras nos entrenaron para hacer una investigación en Neiva, y yo me gané esa misión. Todas querían ir porque le daban a uno buena plata para las comidas, la dormida y para camuflarse. En esa misión me hice amiga de unos jóvenes policías. La ‘Lapa’ era a quien yo le entregaba la información recogida en la semana. Un día, ella me encontró hablando con unos muchachos del Ejército y, como me tenía mucho odio, fue y dijo que yo estaba traicionando la guerrilla. Me hicieron entonces un consejo de guerra en mi ausencia, y, como ella presentó fotos para sustentar su acusación, por tales pruebas me condenaron a muerte. Uno de los muchachos encargado de ejecutarme me avisó a tiempo y yo decidí entregarme al ejército. Eso ocurrió en Neiva hace 10 años. Mi papá logró demostrar que yo era inocente. Él reunió todas las pruebas, y entonces me dieron el perdón, pero con la condición de volver a la guerrilla. Después de haber conocido todo lo que me tocó vivir en el campamento, decidí no regresar al monte.

¿Cómo se reencontró con su mamá?

Yo estaba en el proceso con el ICBF y, en enero de 2009, la Cruz Roja encontró a mi mamá. Tengo ahora con ella una relación muy bonita, pero al encontrarla recuerdo que resulté muy dura e insensible. Estaba así por todas las cosas que había tenido que vivir. “Usted tiene el corazón más duro que una roca”, me dijo una tía, y esas palabras me tocaron tanto que me sentí un monstruo.

¿Dónde se instaló usted al principio?

Me iban a traer a Bogotá, pero yo conté el peligro de que, otra vez, las Farc se encargaran de llevarme al Yarí. Para protegerme me subieron a otro avión y me llevaron a Cali. Fue allí en donde empecé mi proceso con el ICBF y en el centro Don Bosco, donde la gente fue muy bonita conmigo. Comencé mi vida nuevamente, así como un proceso de restablecimiento de derechos. Tomé mi terapia psicosocial, terminé el bachillerato y, por medio de una beca por ser la mejor estudiante, hice una carrera técnica en administración empresarial y bancaria. Me gané un patrocinio en el centro Don Bosco, donde, además de pagarme un salario mínimo, me daban las tres comidas diarias. Luego me contrataron como empleada; allí trabajé dos años y luego me vine para Bogotá, donde al fin llegó a mi vida la Corporación Rosa Blanca.

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