A ‘Pablo Catatumbo’

Sólo usted puede encontrar la respuesta. Esta semana reciben en Cuba a la última comisión de víctimas.

Le refrescaré la memoria. En cuanto lea unas líneas, recordará todo con nitidez. No se aburrirá, es parte de su vida, de esa que usted considera heroica. Esta vez no juzgo. Solo ejerzo de mensajera. 1.° de julio de 1997. Uno de sus hombres, ‘Arbey’, del 6.° frente, secuestra a José Marino Ortegón. Ocurrió en la finca El Vergel, Tenerife, jurisdicción de El Cerrito (Valle del Cauca), territorio que el Estado nunca les arrebató. Aún hoy, usted sabe, es reino Farc.

A los dos días, el cautivo envía una carta a su familia como prueba de vida. Confirma el secuestro y la petición de 150 millones por su libertad.

Un hermano de la víctima comienza la negociación. Pasan los días y cierra el trato por 50 millones. Encaleta los billetes en una camioneta, sube de Palmira a La Nevera y sigue por una trocha hasta dar con la guerrilla. Entrega la plata, pero ‘Arbey’ incumple. No devuelve a José Marino. Los 50 son solo la primera cuota, debe conseguir más.

El hermano regresa con el alma encogida. Detiene el carro para llorar. Tiene que decirles a su cuñada y a los cuatro hijos de José Marino que no volverá de momento. Juntar más dinero se antoja misión imposible.

Los Ortegón siempre tuvieron finca en Tenerife, desde que sus papás arribaron a la región con sueños de un futuro mejor. Están acostumbrados a convivir con la guerrilla, como cientos de miles de colombianos. Buscan la manera de llegar a la cabeza. Empiezan por ‘Sargento Pascuas’, el veterano comandante del 6.° frente, que lleva más de cuatro décadas incrustado en la cordillera Central. No acude a la cita, pero manda razón: no tienen a José Marino. También se reúnen con ‘Arbey’ en el páramo Las Dantas: no está en sus manos, dice, aunque lo está.

Pasa el tiempo y una desmovilizada informa que a José Marino lo mataron en cautiverio. La familia no se conforma con la noticia. Necesita confirmarla. Ahí entra usted.

Corre el año 1999. Usted tenía un campamento grande por los lados de Puntas, entre Tenerife y La Mesa. Acepta recibir a un Ortegón. “Te doy mi palabra que voy a averiguar por su hermano”, le asegura.

En el 2000 lo manda llamar. “Vaya a Culebras”, ordena, pero no logran verse.

Octubre del 2001. Usted lo convoca de nuevo. ‘En El Vergel’, la finca del secuestrado. Esa vez se ven las caras. “Las Farc cometieron un error con su hermano. Lleve las condolencias a su mamá”, le dice usted. Y antes de despedirlo, hace una promesa al hermano de José Marino: los Ortegón pueden volver a Tenerife, tanto los hermanos del fallecido como sus cuatro hijos. Las Farc no los molestarán.

También les deja desenterrar el cadáver, en silencio, sin declaraciones públicas. Encuentran los restos por río Loro. Lo sepultan, lloran a aquel hombre bueno, gran papá y excelente hermano, el mayor de una familia numerosa que se ocupó de sacarla adelante cuando falleció el progenitor.

Usted cumple, los dejan en paz. Hasta el 26 de octubre de este 2014. Ese día desaparece Paula, hija de José Marino, soltera de 36 años, que se ocupaba de El Vergel. Había recibido amenazas para que no fuera a la finca, pero no le parecieron serias y las ignoró. Su rastro se pierde en Tenerife.

‘Catatumbo’, usted sigue siendo el máximo responsable de la zona. De la Fiscalía 15 de Cali, que investiga el caso, hay poco que esperar. En zona roja no sirven.

Sólo usted puede encontrar la respuesta. Esta semana reciben en Cuba a la última comisión de víctimas. Piense en Paula. Se lo debe a José Marino Ortegón.

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