Accidentes de la paz y narcotráfico

En las conversaciones de paz no parece haberse dilucidado suficientemente el destino del narcotráfico.

Pasándose de listos, los comandantes de las Farc a cargo de las conversaciones de paz en La Habana retorcieron el objeto de las informaciones a sus bases guerrilleras en Colombia para hacer proselitismo ostentosamente armado, en franca contravía de lo convenido con el Gobierno Nacional y por este autorizado.

Con la especie de lo que en lenguaje coloquial suele llamarse ‘avivatada’, se expusieron a romper las ya largas y fructuosas conversaciones de paz en La Habana. Pudo ser una forma estúpida de sondeo de hasta qué punto se halla dispuesto a ceder en sus fueros constitucionales el Presidente de la República y, en general, la opinión colombiana. Pero la verdad es que con la exhibición de armas y abundantes pertrechos se corrió el riesgo de dinamitar el proceso pacifista, en contravía de las laboriosas gestiones oficiales.

Hacía mucho no se veía, al menos en televisión, el espectáculo de unos civiles arengando al auditorio pueblerino con el respaldo y la cooperación de soldados en uniforme de fatiga, fusiles y cartucheras al hombro. El episodio era de verdad en el departamento sediento de La Guajira, donde niños mueren de hambre y sed, municipio de Fonseca y corregimiento simbólico de nombre Conejo. Como si los protagonistas hubieran escogido el escenario para encuadrar y denominar su acción, más parecida a una película de Cantinflas.

Todavía más. Declararon que no habría dejación simultánea de armas, sino por etapas, dependiendo de los progresos que se fueran realizando del acuerdo general de paz. Con este pensamiento rector, no resulta difícil colegir cómo sería el alto el fuego, no por presuntamente generalizado y simultáneo menos accidentado.

Mucho ha avanzado el tema de la paz en la conciencia pública. Tanto que los partidos políticos colombianos se han agrupado en torno suyo, excepto el Centro Democrático, del expresidente Álvaro Uribe, quien ha formulado expresas salvedades, de las cuales algunas flotan en el ambiente. No pocas se refieren al procedimiento para respaldar y validar las conclusiones a que haya de llegarse en La Habana. En todo caso, se requerirá de otra fase en que la opinión colombiana pueda manifestarse, plebiscito u otra modalidad que se le asemeje. Descartada, en principio, la asamblea constituyente por sus azares imprevisibles.

Es curioso ver cómo las discusiones en torno al logro de la paz han desplazado a las demás, aun las relacionadas con el severo cambio climático o con los ajustes económicos que se van imponiendo a remolque de las dificultades. Por descontadas se dan la suspensión de toda clase de granjerías presupuestarias y la cooperación en dinero que han de prestar las fuerzas subversivas, con base en sus acumuladas y mal habidas riquezas. Algo o mucho deben contribuir con el fruto de sus exacciones u operaciones mercantiles.

En las conversaciones de paz no parece haberse dilucidado suficientemente el destino del narcotráfico, salvo alusiones marginales al trato complaciente que se le ha dado, envuelto en teóricas medidas represivas. Más de permisividad de facto que de pesquisa real de sus sinuosos movimientos.

Valgan las denuncias escalofriantes en las memorias del expresidente César Gaviria Trujillo sobre la criminal emboscada que se le tendió a la gallarda y prometedora figura de Luis Carlos Galán en la plaza de Soacha, de donde ninguna posibilidad de que saliera vivo se le había dejado.

Incluso los gritos y aplausos ensordecedores servirían de cortina de humo para la acción de taimados esbirros y de distracción de cómplices y autores intelectuales del aleve homicidio. Con agentes insospechados e insospechables en altos y poderosos meandros del Estado, ha cubierto de enjuiciamientos fáciles e inmediatos. Que, sin embargo, les están llegando, así sea con retardo inmerecido.

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