Ahora, a regalar casas

Es tan corrupto el sistema de regalar cosas con la plata de todos; es tan equivocado como forma de hacer política, que por todo eso lo prohíbe la Constitución.

Es tan corrupto el sistema de regalar cosas con la plata de todos; es tan equivocado como forma de hacer política; es tan detestable como medio para soportar gobiernos en decadencia, que por todo eso lo prohíbe el artículo 355 de la Constitución Política cuando dice: "Ninguna de las ramas del poder público podrá decretar auxilios o donaciones a favor de personas naturales o jurídicas de derecho privado".

Los auxilios parlamentarios, que Carlos Lleras llamó el barril de los puercos, fueron por años escándalo de la nación, y a borrarlos para siempre del mapa se consagró el constituyente del 91. Y hoy, vaya sorpresa, los quieren revivir el Presidente y su Ministro de Vivienda.

El regalo de cien mil viviendas para los más pobres de Colombia no plantea ese único problema constitucional. Es que a los generosos donantes, y recuérdese que es generosidad con el bolsillo del pueblo que gobiernan, les falta pasar su idea por la Cámara y el Senado. "Tampoco podrá hacerse ningún gasto público que no haya sido decretado por el Congreso", reza por ahí el artículo 345 de la Constitución.

Este gasto de cuatro billones de pesos tiene que ganar el favor de los parlamentarios. Y si les diera por ignorar la Carta hecha precisamente para contener su codicia, no dejarán de querer una parte del mérito y de ofrecer sus candidatos para recibir la limosna. Los más pobres de los pobres no son todos liberales o de Cambio Radical.

Bien estuviéramos si la miseria en Colombia solo fuera la cruz que llevan cien mil familias. Con un regalo así las tendríamos técnicamente por fuera de la cruel estadística que las comprende.

Pero siendo tantas las candidatas a participar en la triste carrera de la pobreza extrema, la cuestión estaría en seleccionar las cien mil favorecidas, y posponer las que por millones esperarían una generosidad semejante.

En julio se subastarán los contratos para invertir esa nada despreciable cantidad de cuatro billones de pesos que se necesitan para cargar la mochila de los nuevos Santa Claus.
Muchas regiones disputarán el trofeo de albergar los más pobres.
¡Y con cuántas razones! Y ya deben tener las propuestas listas los contratistas que aspirarán a ganarse cuando menos cuatrocientos mil millones de pesos, porque no están acostumbrados a ganarse menos del diez por ciento sobre la inversión total. Y los proveedores tendrán el ojo abierto a tanto cemento, tanto ladrillo, tanta madera, tanto vidrio por vender. De cuatro billones, algo tocará.

Tal vez no haya medido el Gobierno el problema que significa encontrar tierra urbanizada y con servicios para cien mil viviendas de una vez. Los alcaldes se preguntarán, a estas alturas, cuánto les toca del regalo, pero también cuánto se les pide que aporten a la munificencia estatal. Y esa parte les parecerá menos grata.
Sobre todo cuando sepan que las urbanizaciones no llevarán su nombre, sino el del Ministro. Los regalos compartidos también tienen aspirantes compartidos al reconocimiento y a la gratitud.

El Ministro de Hacienda, que es una especie de aguafiestas, dijo imprudentemente que los ganadores del concurso de la miseria tendrán que esperar seis años, porque para más no le alcanza la cuerda. Pero el de Vivienda quiere cien mil casitas por año. Y el Presidente ya se encontró más de tres billones en la tributación majestuosa del primer trimestre, para aplicarlos a semejante destino, tan inteligente como piadoso. Las casitas de regalo pueden terminar como las indemnizaciones administrativas a las víctimas de la violencia. En mucho discurso. Y de aquello, nada.
Viendo tanto disparate junto, el ciudadano del común dirá para sus adentros que cuando Dios quiere enloquecer gobernantes, les manda una encuesta.

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