Al fin una operación exitosa

Después de varios meses, parece que la intervención quirúrgica que le hicieron al presidente Santos en los ojos está dando sus resultados, no sé si favorables o no, pero al menos está comenzando a darse cuenta de que sentarse a manteles a buscar una esquiva paz con las manadas de bandoleros que nos azotan diariamente, va a ser casi menos que imposible.

Esto de tener que repetir siempre que lo que quieren estos individuos está muy lejos de lo que anhelamos todos los colombianos con tanta ansiedad, y que se reflejó en aceptar, en los límites de la desesperación, que las promesas electorales de una paz duradera en la pasada campaña electoral podrían ser viables. El país creyó en todas las mermeladas que con tanta abundancia repartió el candidato presidente, y a fuerza de la peor politiquería que se haya tenido que vivir en la historia, se consiguió una votación que a pesar de reelegir democráticamente al presidente candidato, dejó en el ambiente una sensación de que las cosas no tuvieron la claridad que hubiéramos deseado.

Comenzó entonces la preparación para el nuevo periodo, y se fueron acentuando las declaraciones de optimismo del gobierno para mostrar que todo lo que se había ofrecido sí se iba a cumplir, empezando por la promesa clave de que íbamos a tener una paz muy bien cimentada y en un tiempo muy breve, inclusive acortando las fechas que el mismo presidente se había impuesto desde que nos sorprendió con el anuncio de las conversaciones en La Habana.

Y lo que tenía que pasar, desafortunadamente, se nos vino encima. Los bandoleros al ver la reacción de la gente, están ejecutando su diabólica estrategia de poner al gobierno contra la pared, volviendo a las tristes épocas de la peor violencia y, sin importarles nada, metiéndonos entre rejas, tal como lo querían desde un principio, haciendo que nos sintamos, como en aciagos tiempos, en prisioneros en nuestra propia patria.

Repetir que todos queremos con desesperación la paz es llover sobre mojado, pero también nos estamos convenciendo que negociar con gentes de esta calaña es casi imposible. Eso de ver los oligarcas de las Farc sentados en las reuniones exudando bonanza por todas partes, y a personajes como el cabecilla Márquez con prepotencia asqueante dando órdenes crueles, como si tuvieran bajo su mando a los guerrilleros que están en los montes, y sin tener que preocuparse por sus vidas, que bien guardadas están por los gobiernos cubano y colombiano, produce un rechazo que no nos permite asimilar ni lo poco bueno que pueda estar produciéndose cuando no están en yates de lujo bronceándose con daiquirí en la mano.

Y para sellar toda esta tragicomedia, o circo como ya lo llaman, se nos vienen los secuestradores del Eln, pretendiendo con desespero sentarse también en cómodos sillones y darse sus vuelticas en los lujosos barcos, engañando al mundo apareciendo como inocentes palomas, pero que siguen cometiendo toda clase de ataques contra la población civil, terrorismo sin límites contra el ambiente, voladura de los recursos naturales quitando así el pan a los pobres campesinos, y, en fin, en asquerosas alianzas con las Farc tratando de destruir un país cuyo futuro, sin estos dementes, podría ser mucho mejor, a pesar de los políticos corruptos que también nos azotan como las plagas de Egipto.

Difícil, muy difícil, se ve el panorama. Es hora de que los ojos del Presidente se mejoren del todo y se dé cuenta que las cosas no le marchan, como posiblemente de buena fe lo pensó en un principio, y que es necesario hacer un replanteamiento muy a fondo en su proyecto de paz, porque la mayoría no le está creyendo a ninguna de las partes, y por el contrario estamos con un gran temor de regresar a los tiempos donde no podíamos ni salir de nuestras casas, y solamente gracias al gobierno de mano firme de Uribe, pudimos tener un respiro de alivio. ¡Por favor Presidente, no permita que regresemos al pasado oscuro, porque como vamos, no vamos nada bien!

P.D.: La primera vez que me engañes, será por culpa tuya; la segunda vez será por culpa totalmente mía.

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