Al vuelo las campanas

Los únicos que no le caminaron a la segunda celebración solemne de la paz fueron el Departamento de Estado de los Estados Unidos (no vino Kerry; Aronson ya estaba aquí) y el no menos avisado Estado Vaticano.

Que yo sepa, no asistió el señor Nuncio ni viajó en el mermelado Júpiter presidencial, como sí lo hizo el cardenal Salazar. La Iglesia siempre (opportune et importune).

Todos a una, asistían los partidos políticos, lagarteaban los consabidos por el recinto habanero; presente el expresidente Gaviria y su yerno el jefe conservador Barguil. Leyva Duran, el hombre de la llave, que la tiró al mar. La señora Bachelet saludaba de lado a lado.

En el centro, detrás del escenario de matas de hoja, símbolo de las montañas de Colombia, el presidente heredero de la dictadura cubana, Raúl Castro Ruz y a distante, prudente y respetuosa distancia, los dos protagonistas de la paz, futuros Nobel: el presidente Santos y el jefe de las Farc, don Timoleón Jiménez, uno de sus tres nombres. Casi oculto entre demócratas, el dictador Maduro. Uniformados los asistentes con guayaberas manga larga, única formalidad del trópico ardiente. En traje oscuro Ban Ki-moon y los delegatarios de la ONU, así como los de los países europeos, poco adaptados a la tipicidad caribeña.

Se da paso a la ceremonia: una señora de vistoso collar anuncia a quienes han de leer el acuerdo, tan extenso como minucioso. Corto, en cambio, el áspero discurso de Timochenko, el necesario pero anodino de Ban Ki-moon y el de corte electoral de Santos. Aplausos ante la noticia sorpresa de la aceptación por parte del jefe de las Farc del fallo sobre plebiscito que profiera la Corte Constitucional de Colombia, cuyos intríngulis ya deben ser conocidos por la Casa de Nariño y comunicados en secreto a la mesa de la Habana, y no sólo por la ponencia divulgada del magistrado Vargas.

Bombas y algarabía en los pueblos de Colombia. Al vuelo las campanas de la catedral primada y los viejos bronces de la iglesia de Toribío, Cauca. Todos festejando la paz que llega, al tiempo que desconocedores de los acuerdos guardados bajo cerrojo en el bloque Constitucional, por intriga, entre otros, del hombre de la llave, quien, como ya se dijo, la botó al mar.

En el tintero: Las fotografías del interior del Júpiter muestran toda una fiesta de la dirigencia nacional. Los hijos del presidente, risas y retozos juveniles de Simoncito Gaviria, el descamisado tío Enrique, muy agradable hombre del poder y toda una amplia cabina plena de dirigentes, que corrían el riesgo del aire, de una sola vez. Total, el país nacional y político corre así mismo el arriesgadísimo vuelo de una paz internacionalizada, irreversible y relumbrosa a los ojos del mundo. Buen viento y cero turbulencias.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar