Alá y los cobardes

La matanza de París volvió a poner sobre el tapete europeo el debate acerca de cómo alcanzar el doble objetivo de combatir el yihadismo.

Tal vez no lo hicieron por cobardía, pero quedaron como cobardes. El liberal The New York Times, nacido en el paraíso de la libertad de expresión, adujo que se abstenía de publicar las viñetas de la revista satírica francesa por tratarse de “insultos gratuitos”. Igual que otros medios, por “no herir sensibilidades”, sin considerar que hay momentos en que lo más importante es mostrar a los violentos que sus amenazas son estériles. Si fuesen caricaturas del catolicismo, no lo habrían dudado.

Esa actitud medrosa coincide con la que llevan años predicando numerosos líderes europeos, a coro con el oráculo que dicta las normas de lo “políticamente correcto”. Ahora reproducen en las redes sociales el célebre ‘Je suis Charlie!’, pero hasta el día de la masacre tildaban a Charlie Hebdo y a sus colaboradores asesinados de provocadores irresponsables que no respetaban la diversidad cultural y religiosa.

En esa línea andaba el expresidente español Rodríguez Zapatero, promotor de la Alianza de las Civilizaciones, entelequia cuyo único fin consiste en que Occidente rebaje los parámetros de los derechos individuales para cobijar bajo su ala a sociedades que consideran que no todos los seres humanos son iguales, empezando por las mujeres. Y que las leyes islámicas deben prevalecer sobre las del Estado laico.

La matanza de París volvió a poner sobre el tapete europeo el debate acerca de cómo alcanzar el doble objetivo de combatir el yihadismo y lograr que los inmigrantes musulmanes se apropien de los principios fundamentales de las constituciones democráticas.

Un ejemplo ilustrativo de la discusión, que ahora puede parecer nimio, es el de algunos colegios españoles, donde las niñas musulmanas no hacen gimnasia porque a sus devotos papás (las mamás no opinan) les parece indecoroso. Las autoridades educativas alcahuetean la discriminación, la primera de un largo rosario, para agradar a los políticamente correctos que predican el lema de no ofender a una comunidad que en España cuenta con más de 1’700.000 integrantes, cifra que superan Francia (cinco millones de musulmanes), así como Gran Bretaña y Alemania (con más de tres millones cada uno).

Una razón para tanta condescendencia radica en el complejo que tienen algunos por el oscuro pasado colonial de naciones del Viejo Continente en África y Medio Oriente. Olvidan que tanto o más responsables de la expansión del radicalismo islámico actual son varias dictaduras religiosas del mundo árabe, con Arabia Saudí e Irán a la cabeza.

Tampoco hay que desdeñar graves errores de esa Europa que se precia de pacifista y visionaria. Ayudó a los “rebeldes” sirios y libios en la guerra civil, y apoyó la invasión de Irak, sin prever que engordaba una hidra de incontables cabezas.

No es, en suma, un problema sencillo que se arregla expulsando musulmanes, como propugna la extrema derecha francesa. Pero tampoco con cesiones permanentes, decisiones políticas erráticas, una justicia demasiado laxa y declaraciones grandilocuentes de que a los terroristas les caerá “todo el peso de la ley”, si sabemos que esos criminales no les temen a la cárcel ni a la muerte.

El mismo día del atentado de París, también en nombre de Alá fueron masacradas decenas de personas en Yemen y cientos en el norte de Nigeria. El terrorismo islámico y la ineptitud occidental para confrontarlo serán, junto con los desastres naturales, la pesadilla del lustro que comienza.

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