Alarma por las armas

Acostumbrados los colombianos a la zozobra y al temor que engendran los actos terroristas, no comprende la ciudadanía del común a cuáles nuevas formas de violencia estamos o estaremos, a corto plazo, sometidos. La implementación del Acuerdo Final entre el gobierno y las Farc puede convertirse en la implementación de un régimen fascista de izquierda que se inicia con la preparación de nuevos y frescos organismos represivos cuyos mandos se combinen entre militares activos y ex mandos asimilados de la guerrilla, con el objetivo de eliminar o callar a quien se oponga a la etapa de transición cooperada.

Hay signos de una amplia operación de inteligencia que se incubó en la isla de Cuba y traduce pragmáticamente en el terreno continental. La larga etapa de negociación sirvió para fraternizar entre guerrilleros y militares con el fin de incorporar a estos a una forma de pensar y a operar bajo distintos juicios políticos. Esta tesis se inocula hasta dar de baja la doctrina militar anterior y aflorar el nacimiento de “Damasco”, la nueva doctrina de la Fuerzas Armadas colombianas.

Buena parte de los ciudadanos caen en el embrujo del Acuerdo, puesto que es un hecho el cese bilateral y la expectativa de desmovilización y desarme. No obstante la superficialidad de la opinión pública lleva a ignorar que las armas hoy son secundarias ante los avances públicos y explícitos en los campos jurídicos, políticos y organizativos como son la JEP, Justicia Especial para la paz, el método fast track en el Congreso, los numerosos comités de control, participación y supervisión, los voceros en el Congreso y los congresistas asignados y no electos, los repartidores de tierras, las subvenciones económicas múltiples, etc. Importantes avances son la amnistía y la libre movilidad en casi todos los estadios de la vida pública no obstante estar armada y bajo un régimen disciplinario guerrillero.

Un compromiso de Santos está plasmado en la extirpación del “paramilitarismo”. Y de facto dan como ciertas las muertes de activistas causadas por los neo paras. ¿Acaso no saben que se ha desatado una guerra entre sus huestes y colaboradores por el dominio de minas ilegales, predios y laboratorios para las plantaciones de coca? La extensión del concepto “paramilitar”, abonado y multiabonado en La Habana con la ayuda de aparato de espionaje cubano, cobija a los civiles que no comparten la paz santista. Es una forma macartista para señalar a escritores, periodistas, profesionales, sindicalistas y demás ciudadanos que rechazan gran parte o todo el contenido del Acuerdo Farc-Santos.

Bajo esas premisas y con la neutralización de muchos jueces y magistrados, policía y militares, agregándole el fuego “humanitario de la comunidad internacional”, es de esperarse una ola progresiva de persecuciones, ostracismo, amenazas y atentados contra integridad personal, presidio y muerte. Propaganda negra, unas veces. Propaganda ordinaria otras, serán caldo de cultivo. Días, meses oscuros en el horizonte.

Un sistema político generoso, por supuesto, tiene la obligación de ser consecuente con la Constitución en asuntos de paz y recibir en su seno a los contradictores, así estén armados, pero dispuestos a respetar las mayorías desarmadas y sus leyes. Lo contrario es el régimen de las minorías basado en las armas. Las armas no crean legitimidad, pero si poder. Las Farc y Santos han trocado las premisas: 7 mil hombres armados adquieren legitimidad y poder por encima de 48 millones de ciudadanos. La democracia al revés. Eso es lo que crea un oscuro, peligroso e inmediato porvenir.

¿Un cuadro pesimista muy muy? No señor lector, un cuadro pintado con los trazos de una democracia en salmuera, decadente. Pero con la esperanza puesta en el 2018, sin Papa y sin politólogos prestados por los nórdicos. A des encaletar unidad y democracia para que no nos fusilen por separado.

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