Anestesiados por el crimen

Estremece pensar en la suerte de todos nuestros niños expuestos a que en cualquier momento alguien vea en ellos una mercancía.

Me dejó horrorizado la noticia de los motivos que habrían originado el secuestro (ya horrible de por sí) de la niña de 6 años Paula Nicole Palacios, ocurrido en Buesaco (Nariño) hace once meses. La menor habría sido secuestrada para venderla a una banda criminal de traficantes de personas que se especializan en comercializar los órganos humanos.

José Germán Paguatián Isanadar, uno de los participantes en el plagio de la niña Paula Nicole, ha declarado: “Lo último que supe fue que la vendieron por una venta de órganos (…), que los compradores estarían en Cali esperando la llegada de la menor. Después no supe para dónde se la llevaron. En este momento no sé si está viva o muerta”.

Paguatián, capturado por el Gaula de la Policía, delató a cuatro de los cómplices en ese delito para el cual no encuentro un adjetivo suficientemente duro, ni me explico por qué crímenes como la trata de personas y el tráfico de órganos humanos no están en la categoría de delitos de lesa humanidad. Según las versiones del delincuente (que pagaba condena por asesinato, y a quien alguno de aquellos jueces que son tan bondadosos con ese tipo de criminales le había dado casa por cárcel, de donde se fugó para perpetrar el secuestro de la niña), él cumplía órdenes de Blanca Digna López López (también detenida). Esa digna mujer contrató para el secuestro a cinco hombres, incluido Paguatián, y les dijo que la niña iba a ser vendida por 50 millones, y agregó que el negocio de la trata de personas era muy bueno, buenísimo, súper, y que “por cada niño daban de 50 a 60 millones de pesos, y que ella tenía contactos en Cali y con unos ‘manes’ de Bogotá”.

Hórrido como lo anterior es advertir los efectos de anestesia que el crimen está produciendo en la sociedad colombiana. Estremece la suerte de la niña Paula Nicole a manos de unos desalmados traficantes de personas (que ojalá no sea cierto, que ojalá Paguatián esté mintiendo, que la indigna Blanca Digna sea una ficción), estremece pensar en la suerte de todos nuestros niños expuestos a que en cualquier momento alguien vea en ellos una mercancía por la que le pueden dar 50 o 60 millones de pesos, y estimulado por esa ganancia los secuestre y se los venda a las bandas de tratantes de personas y de órganos.

Pero no estremece menos ver la indiferencia creciente de la sociedad ante el crimen, la nula reacción de la comunidad para unirse y protestar en masa contra el crimen, y exigir en las calles, a toda hora, que la trata de personas, el secuestro de niños, el tráfico de órganos humanos, se tipifiquen en las leyes como crímenes de lesa humanidad. Que se persiga con implacable persistencia a sus autores, desde los encopetados jefes de las bandas criminales que se dedican a tal pavoroso negocio hasta los que hacen “el mandado”.

No, no hay protestas masivas. La sociedad mira el drama de Paula Nicole como una serie de televisión, algo que no pasa en la vida real, que se inventan los periodistas para vender sus publicaciones, que a nadie puede afectarle, porque una mujer que se llama Blanca Digna no puede ser capaz de cometer un oscuro crimen indigno, y un muchacho apellidado Paguatián no recibiría el beneficio de casa por cárcel si no fuera un modelo de ciudadano, señor juez o señora jueza.

¿Y el sufrimiento de la niña Paula Nicole, que a sus 6 años de edad está desaparecida, sin que la sociedad manifieste por ella más interés del que expresa su secuestrador primario, que se limita a expresar indolente que “no sabe si está viva o muerta”? ¿Y el sufrimiento de los padres de Paula Nicole no pone nerviosos a todos los padres que tienen hijos o hijas de la misma edad? Una sociedad anestesiada por el crimen no está en capacidad de sentir el dolor ajeno, que debería ser el propio, en estas horas aciagas en que el crimen ha tomado ventaja en el control de nuestras vidas.

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