Año Nuevo, ¿vida nueva?

Es un mensaje construido con el deseo cada 365 días, pero las perspectivas para 2016, infortunadamente, no son optimistas, pues será un año de quiebre, que nos pasará cuenta de cobro por no haber aprovechado los buenos tiempos. 

Para empezar, el verano incendia medio país y causa inmensas pérdidas al sector rural, con el agravante de que lo peor está por venir, sin que se despeje todavía el fantasma del apagón, un riesgo por el que habíamos pagado seguro por anticipado, sin que hoy alguien asuma esa garantía.

En el frente externo, China desaceleró su economía y Europa no levanta cabeza, con lo cual, a la caída de la demanda mundial de petróleo se suman el sobreabastecimiento de Estados Unidos, la decisión de la OPEP de aumentar la extracción de 30 a 31,5 millones de barriles diarios, más los dos millones adicionales de Irán, una vez se levanten las sanciones por el acuerdo nuclear. Por eso los expertos vaticinan petróleo a menos de 30 dólares, un complejo escenario en el frente fiscal y cambiario, que agudiza el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos. 

Mirando hacia dentro, es indudable que, en la agenda gubernamental, las negociaciones de La Habana se tragaron el anhelo del ingreso a la OCDE y, sin desconocer el avance en infraestructura, se echó a la nevera la urgente reconversión industrial y agropecuaria, con lo cual quedamos frente a la realidad anunciada de los TLC embudos, cerrados a rentables exportaciones y abiertos a costosas importaciones con alto impacto inflacionario.

No será fácil lidiar con dólar sobre 4 mil pesos; un escenario que sería de oportunidades si se hubiera cumplido el propósito -de viejos años nuevos- de diversificar exportaciones para reducir la dependencia petrolera, pero hoy contabilizamos un déficit comercial que, a septiembre, alcanzaba los 11.000 millones de dólares -más del doble del total en 2014-, y un servicio de la deuda externa que pasó de 128 a 335 billones de pesos entre 2011 y 2015.

De otra parte, el alto componente importado de la producción industrial y de nuestra seguridad alimentaria -¡paradoja!, en un país con alto potencial agropecuario-, disparará los precios al consumidor, que ya exigieron un alza del salario mínimo del 7%, lo cual amenaza con inflaciones de dos dígitos, que no veíamos desde 1999. 

El efecto no se hará esperar. El Banco de la República lleva tres alzas sucesivas de la tasa de interés y tratará de corregir el desbordamiento de los precios con más restricciones al crédito, lo que afectará la oferta al encarecer los préstamos. En el entretanto, habrá mayor competencia del Gobierno por recursos del público, con lo cual volverá la época dorada de los TES, mientras los bancos seguirán anunciando orgullosos sus ganancias. 

El crecimiento, entonces, no alcanzará al 2,5%, entre otras cosas porque el Gobierno tendrá que afilar su reforma estructural hasta límites confiscatorios, para unos empresarios que ya soportan tasas efectivas del 71%, en un movido año político por el plebiscito. 

En el corto plazo hay respiro,pues el Gobierno podrá tener caja: le apuesta a la venta de ISAGEN y al préstamo autorizado por 13 mil millones de dólares. No obstante, si algo se firma en La Habana en el primer semestre, los compromisos superan cualquier disponibilidad y, sobre todo en desarrollo rural, no admiten aplazamiento, con Farc o sin ellas. ¿Y después qué? Lo dirá el año que viene.

Nota bene. Aun en medio de grandes dificultades, Colombia es un país grande y el colombiano un luchador tesonero. ¡Feliz Año 2016!

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