Aplican condiciones

El reglamento del plebiscito, conciliado entre las dos cámaras, es un regalo de Navidad que nos da el Congreso de la República y puede ser de aquellos presentes que no nos gustan y que nos obligan a lo que no queremos, aparte de quedar muy agradecidos.

En los próximos meses y si la guerrilla lo aprueba, vamos a votar por un minimalista “Sí” o “No”, sin vuelta de hoja, englobando muchas preguntas que deberían hacerse sobre los acuerdos de La Habana, contra lo ofrecido por el Jefe del Estado, cuando prometió someter todos los puntos acordados, uno por uno, a un referendo.

El “Sí” tiene las de ganar, sobre todo si no se conoce por el elector lo que está votando, en lo que es similar a un contrato de adhesión. Se firma por la página principal, como quien dice por el anverso, y se ignora que en ese mismo acto se está comprometiendo con la página posterior, saturada de letra menuda. Este tipo de contratos son, por supuesto, repudiados por el derecho y asimilados a una trampa comercial.

En materia constitucional, se está disfrazando de plebiscito (si puede llamarse así lo acordado) todo un cúmulo de preguntas destinadas a ser refrendadas, las que se quedarán sin respuesta individual, al convertirse en bloque único por el “Sí” a la paz.

Ha dicho el presidente que iguales garantías electorales tendrán los votantes del Sí como los del No. Nada menos cierto. Aparte de que es más atractiva la afirmación que la negación, los senadores ponentes han enfatizado en que votar la papeleta afirmativa es elegir la paz y votar la contraria es optar por la guerra

La única forma de que la votación negativa resultara la más votada sería que la invitación fuera distinta, esto es, a darle un no rotundo a la guerra; “¿Quiere usted la guerra? Vote No”. Pero se lo ha planteado de tal modo que votar el No equivale a rechazar la paz, que es un anhelo ciudadano.

Para completar el engaño a la opinión se oye decir que este plebiscito no será vinculante. ¡Dios! Entonces, ¿para qué se hace? No se lo llame, pues, plebiscito, sino consulta popular y tírese a la basura el dinero que cuesta implementarlo.

Ya el ministro Yesid, virtual esfinge jurídica, ha afirmado que es innecesario, pues el presidente está facultado per se para hacer la paz con todos sus pormenores. Vaya dictadura la que alienta con semejante interpretación el muy respetable, pero muy complaciente, ministro.

A todas estas la mejor fórmula sería la de imprimir la papeleta por el Sí con un añadido como el acostumbrado en promociones comerciales, por lo general engañosas: “aplican condiciones y restricciones”. De esta forma el ciudadano podría voltear a mirar todo lo que aprueba al hundir su papeleta por la paz y no llevarse tremendas sorpresas en el posconflicto, algunas de tal alcance y gravedad que bien pueden conducir a una nueva guerra.

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