Arma de destrucción masiva

Tal vez en la historia económica moderna no exista un caso de destrucción masiva de riqueza similar al de Venezuela. Las noticias que llegan del vecino país resultan incomprensibles, pues no se trata de una pobre nación del sur del Sahara, con una economía agrícola sometida a una fuerte sequía. Tampoco estamos hablando de una nación sobrepoblada de Asia o de alguna de las excolonias africanas, azotada por el ébola o los conflictos étnicos. Estamos refiriéndonos a la economía más rica de América Latina y una de las mejor dotadas en recursos del mundo.

Pero una vez más queda demostrado que el populismo es capaz de destruirlo todo. El recetario de irresponsabilidades fue aplicado en Venezuela de forma integral. Hubo nacionalizaciones por televisión, expropiaciones políticas por doquier, restricciones a la libre empresa, controles de precio, proliferación de tasas de cambio, manipulación de las cifras económicas, regreso al trueque internacional, suspensión de pagos a sectores o países no afines al Gobierno y subsidios a lo que era políticamente rentable.

Todo esto ha sido posible por la enorme riqueza energética de Venezuela, que ha generado un flujo financiero para cubrir tanta locura. Pero una vez queda claro que el subdesarrollo no es un problema de recursos, sino de administración y el socialismo bolivariano no es la excepción en la izquierda: son buenos para los discursos, pero malos para gerenciar.

Al igual que en otros casos de gobiernos similares como Argentina o Nicaragua, la crisis económica va acompañada del surgimiento de una casta de políticos corruptos, beneficiados por el poder, que no dudan en saquear el presupuesto para su lucro personal. La demagogia rampante proclama el gobierno popular, mientras las nuevas élites contribuyen al desmadre de las finanzas públicas. Con la caída acelerada de los precios del crudo, el modelo está en la fase de colapso. Sin la chequera de PDVSA, todas estas locuras son insostenibles y ello se refleja en los aberrantes niveles de escasez que se observan en el comercio.

Claro está, algunos me recordarán que antes del chavismo, Venezuela era un país muy corrupto y desigual. Tienen toda la razón, pues la corrupción no reconoce ideologías. Otros dirán con cinismo que “los pobres tuvieron su cuarto de hora”, como si el camino al desarrollo fuera el resultado de derrotas y venganzas de una clase contra otra. Algunos incluso afirman que la crisis de Venezuela es buena para Colombia porque nos abre unos mercados o porque disminuye su influencia en la región. Bueno es recordar que la política tiene que hacerse en un marco ético y que las violaciones de los derechos humanos, la restricción de las libertades públicas y los carcelazos a la oposición no son negociables, por abundante que sea el petróleo con el que compran votos en las organizaciones internacionales o por el apoyo que le den a las negociaciones en La Habana.

La experiencia de Venezuela demuestra que el socialismo es un arma masiva de destrucción de prosperidad. Hay muchos ejemplos que lo confirman como Caracas, Buenos Aires y Bogotá. Ante tanto populismo que se respira en Colombia, es hora de que despertemos y no cometamos estos errores.

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