Bienvenido el DEBATE

Un fantasma recorre a América Latina: la censura. La sombra de la mordaza que por más de 50 años ha oscurecido a Cuba, se desplazó primero a la Venezuela chavista y luego a otros países con ideologías afines, como Ecuador, Bolivia y Argentina. Allí, el trato dado a la prensa y a los periodistas es oprobioso y denigrante, y las embestidas del oficialismo son tan frecuentes que ya son parte del paisaje.

Chávez no ha tenido —o no tuvo, para decirlo mejor— el menor recato a la hora de cerrar o nacionalizar medios de comunicación, a los que obligaba a encadenarse para transmitir sus peroratas interminables, a través de todas las emisoras de radio y todas las estaciones de televisión.

Rafael Correa los descalifica a punta de insultos y ha impulsado leyes que coartan el trabajo periodístico. Por su parte, Cristina Kirchner tiene una pelea casada con el grupo Clarín, el más grande conglomerado de medios de Argentina y la más notoria voz disidente, que la ha llevado a tratar de controlar el papel periódico mediante ley.

Sobra decir que lo que se busca con estos atropellos es afianzar el pensamiento único y doblegar la crítica acallando las voces divergentes, con el fin de preservar el poder de forma aparentemente legítima mediante un despotismo mal disimulado que es contrario a los valores democráticos.

Lamentablemente, en Colombia hay señales inquietantes de que podríamos estar recorriendo el mismo camino. Mientras el gobierno de Álvaro Uribe dio garantías a la oposición y se alcanzó que regresaran decenas de exiliados que no habían podido hacerlo por temor a perder la vida, hoy tenemos un gobierno que no admite disenso y que ante cualquier discrepancia se viene lanza en ristre con toda clase de epítetos, como ‘mano negra’, ‘tiburones’, ‘rufianes’, ‘vacas muertas’ o ‘truculentos’.

Es cierto que Uribe también tuvo roces con algún sector de la prensa y de líderes de opinión, pero hay diferencias ostensibles pues fue un gobierno austero, poco dado a ofrecer halagos a través de la pauta publicitaria, y un gobierno del que no puede decirse que llamaba a las direcciones de los medios a vetar periodistas, columnistas o temas en particular. En contraste, la administración de Santos no puede decir lo mismo.

Cuando creíamos que las limitaciones al ejercicio periodístico habían desaparecido al haber recuperado la soberanía de casi todo el territorio nacional gracias a la Seguridad Democrática, nos encontramos con la reaparición de la censura y el veto, con cortapisas a la crítica, al develamiento de la verdad y a la libre opinión, y esto proviene, paradójicamente, de donde se debería garantizar todo lo contrario. Una censura que, hoy más que nunca, tiene tintes políticos.

Hace unos días, al suscribir el Acuerdo de Chapultepec, Juan Manuel Santos dijo: “No hay buen gobierno sin libertad de prensa”. Tal vez por eso el suyo no lo sea y, por lo mismo, el que tenga tanta pertinencia la aparición de nuevos medios, como este, donde haya lugar para el debate abierto y con altura que cualquier democracia requiere para su fortalecimiento.

Así, pues, bienvenido sea el DEBATE.

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