Borrados del mapa

En medio del diario torrente de noticias que soportamos, han pasado casi desapercibidas las recientes declaraciones del ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas Echeverri, quien, con motivo de un sentido homenaje a los héroes caídos de la Fuerza Pública, dio un inesperado ultimátum a las autodenominadas Farc, en cuya virtud “si en noviembre no hay salida negociada, será por la vía armada”; es más, se atrevió a afirmar: “les notifico a quienes no quisieran la paz para Colombia, que la tendrán que aceptar o serán definitivamente borrados del mapa de este país” (elcolombiano.com, 19-09-2015).

Las expresiones empleadas no pueden ser más claras, directas y contundentes. El Gobierno Nacional, en cabeza de este funcionario que estrena cartera, les informa a los opositores armados que, si en el breve plazo de cuatro meses no “firman la paz”, el conflicto entrará en una fase en la cual serán las Fuerzas Armadas las que lo solucionen “a la brava”. Es, pues, una evidente declaratoria de guerra; una de las tantas que hemos escuchado a lo largo de todos estos años por parte de ministros y funcionarios de todas las pelambres, que nunca logran llevar sus designios a la realidad.

Por supuesto, de esas hoscas palabras también se desprende que el envalentonado Ministro no conoce el país al cual sirve y poco, o nada, sabe del arte de la guerra. Cualquiera que haya recorrido nuestra agreste geografía, por sus campos y maltratadas veredas, y tenga alguna mínima información sobre la situación que vivimos, tiene claro que es imposible derrotar de manera definitiva a los violentos a los que, a lo sumo, se puede llegar a controlar.

De eso también son conscientes los agentes del Estado, así estén revestidos de gran poderío militar. ¡Eso lo enseñan cinco largas décadas de crudo conflicto armado! Sin embargo, este abogado javeriano de formación que ha pasado su vida consentido en diversos cargos burocráticos y entre los cotarros de los grandes industriales, cuya vocería detentó como presidente de la Andi, no lo sabe.

No se diga, entonces, que a partir de noviembre –si no hay acuerdos– los antagonistas serán aplastados. Es un discurso virulento, fantasioso y dañino; el ministro debería reparar en que sus palabras nada aportan al proceso de La Habana en el cual hoy nadie cree porque se negocia –y aquí ya se dijo– con quienes nada dan a cambio y esperan recibirlo absolutamente todo.

Obsérvese lo acabado de suceder con las declaraciones de Humberto De la Calle, jefe del equipo negociador oficial, quien en una de sus acostumbradas arengas proselitistas (es samperista de corazón y, ahora, candidato presidencial de Piedad Córdoba), dijo en el Congreso de la República (21-09) que los facciosos iban a entregar las armas, y, luego, fue desmentido públicamente por el señor “Pablo Catatumbo”, quien ratifica que no lo van a hacer.

Peroratas irresponsables como la del ministro, pues, encienden una vez más las sirenas de la guerra y proclaman, a los cuatro vientos, que el único camino es la violencia, esto es, la misma vía que los alzados en armas enarbolan para lograr el cambio que predican y con la cual pretenden justificar todas sus cotidianas villanías, atrocidades y barbaridades. Es más, llama la atención que unos días después el propio presidente de la República –quien no parece tener control sobre el timón–, diga públicamente que un conflicto de cincuenta años no se puede arreglar “en unos meses” (El Tiempo, 29-5).

En fin, lo sucedido las últimas semanas demuestra, con creces, que la terminación de las hostilidades y el imperio de la verdadera paz –por ahora– es una muy lejana quimera y que tardarán años hasta que la luz asome al otro lado del túnel; mientras tanto, los villegas y los “catatumbos” (¡da igual cómo se llamen!), seguirán con sus proclamas retóricas y la beligerancia pasará de los campos a las cámaras, las imprentas y los micrófonos. ¡Pobre país!.

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