CADA VEZ MÁS

No acompañé a Álvaro Uribe Vélez en su primera campaña a la Presidencia (2002), tuvimos diferencias en su gobernación y, entonces, trabajé por Nohemí Sanín en su candidatura presidencial. El doctor Uribe me contactó y me pidió que le ayudara en su campaña. Como él hablaba tan fuerte contra la guerrilla y la manera de atacarla y como yo, en 1947, conocí los desastres de una guerra cuando mi padre fue embajador en Holanda, le dije que a mí no me gustaba la guerra. Me replicó que él no hablaba de guerra sino de autoridad, que era tesis conservadora, de mi partido. Sin embargo, no lo acompañé.

Una vez posesionado él en la Presidencia y yo como senador, me di cuenta de que efectivamente gobernaba con la autoridad que se necesitaba en Colombia. Me convertí en su más fiel admirador y seguidor. Desde esa época lo admiro, lo sigo y le agradezco lo que ha hecho por Colombia y por todos los colombianos sin distinción.

El presidente Uribe recibió un país que estaba secuestrado, en el que no se podía salir por las carreteras, donde se abandonaron las tierras productivas por el temor a las guerrillas que controlaban los campos, donde cientos de alcaldes no podían gobernar desde sus sedes y lo hacían desde las ciudades capitales por amenazas de los grupos subversivos, un país que vivía el caos por causa de la violencia alimentada por el negocio de las drogas. Ese país, en cuatro años, era otra cosa: la guerrilla disminuida, los campos produciendo, las carreteras seguras, la industria en su mejor momento. Tanto que fue reelegido (2006) en primera vuelta con una mayoría aplastante. No hubo que apelar a una segunda vuelta y, menos, a los votos de las horas nocturnas para conseguir el triunfo.

Lo admiro aun más, cuando sigue luchando por Colombia, sometido a los improperios de sus enemigos, a las calumnias de quienes lo odian por haberlos atacado para que no siguieran acabando con el país.

El presidente Uribe podía estar recorriendo el mundo dando conferencias como lo hizo en sus primeros años de expresidente. Podría estar descansando en el Ubérrimo o en su residencia en Rionegro. No en apartamentos en Londres o en Miami porque no los tiene. En lugar de eso, de estar descansando y disfrutando de su merecido título de ex, sigue luchando y dando la cara a quienes lo insultan, lo calumnian, lo atropellan. Tanto es el odio de quienes preferían la violencia a la paz que él nos dejó, que apoyan a los asesinos de la justicia, a los violadores de niñas campesinas, a los que acaban con las selvas para sembrar coca, a los que trafican con droga, a los que destruyen las ciudades, a los que ponen bombas en los oleoductos, en lugar de respetar al mejor presidente de los últimos años.

Por eso, por su temple, por su amor a Colombia, por su entereza, por su valor, por su sacrificio, por su dedicación cada vez, cada día que pasa, lo admiro más y lo apoyo con las fuerzas que me quedan.

Otros apoyan al que insulta con mentiras y critican a quien se defiende con la verdad.

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