Café: marca país

Si hay un producto que nos identifique positivamente en el mundo ese es el café. Su cultivo y la cultura que en torno del mismo se produjo a lo largo de más de un siglo, que implica la participación del núcleo familiar, la construcción de vías, la formación de capitales y negocios diversos, constituyen un patrimonio en la hechura de la nación colombiana.

La prosperidad, sin llegar a ser nunca exorbitante o la sobrevivencia digna, que ha dado lugar a la educación de miles de personas, de técnicos y de profesionales. La estabilidad social, los elevados niveles de organización del campesinado a través de la federación de cafeteros en comités locales, municipales y veredales y de acciones comunales. Han desembocado en la existencia de un complejo tejido social digno de admiración en un país signado por la violencia política. La cultura y la familia del café tienen también a su favor el poblamiento de vastas zonas del país, la fundación de villas y la emergencia de ciudades ricas, con una clase media fuerte y regiones dinámicas en todos los aspectos.

La cultura y la sociedad del café, además, lograron sobrevivir a la presencia amenazante del narcotráfico. No hay experiencias de sembrados de cultivos ilícitos allí donde hay café, lo que nos indica que el café es una economía promisoria, eficaz y de alta rentabilidad social.

Colombia debe mucho, no sobra que lo repitamos, al cultivo de este grano que con su aroma ha encantado exquisitos paladares del mundo. Poblamiento, cultura, paz, convivencia, solidaridad, capitales, democratización, buen nivel de vida, educación, progreso, lazos de sociabilidad, elites. En todas estas y otras nociones, el café y la cultura del café han jalonado este país, han dado ejemplo y señalado horizontes de promisión.

Por todo lo que significa, por la importancia que siguen teniendo, porque en esa economía subsisten más de medio millón de familias que se desparraman por todo el territorio nacional. Hay cafeteros desde La Guajira hasta Putumayo y desde los santanderes hasta el Pacífico. Por toso eso, el país todo, el Estado, la Nación y el Gobierno, deben dialogar propositivamente con el movimiento de los cafeteros que busca no desaparecer, evitar la ruina. No se trata de un movimiento clasista o de protesta mucho menos con un interés político turbio o feo. Es un clamor para que no les demos la espalda en esta hora de crisis de los precios y de revaluación de nuestra moneda que son las causas de su empobrecimiento.

Tenemos que entender que la salvación de los caficultores conduce a la reactivación de la economía de cientos de veredas, corregimientos y municipios que se han erigido en su entorno. Almacenes, galpones, talleres, abarrotes, bancos, supermercados, depósitos de materiales, insumos agrícolas, y, sobre todo, que la gente no se vea obligada a emigrar a las grandes ciudades.

Salvar la economía del café es salvar a millones de personas, es ganancia social, es mantenimiento de lazos societales, es asegurar la paz y muchas otras cosas positivas. Entre los deberes del Estado y de los gobiernos encargados de manejar y dirigir los destinos de la sociedad con políticas estructurales y coyunturales, se encuentra el de proteger sectores de la economía y la sociedad que por su altísimo aporte a la sociedad y a su cultura y por su elevado valor estratégico deben ser tenidos en cuenta en la toma de medidas extraordinarias y urgentes. Esto no puede ser entendido como limosneo, tampoco como el pago de una deuda histórico. Debe entenderse como una inversión social, como la que se está haciendo con inmensos recursos en salud y en educación.

En otros momentos de nuestra historia, así como en la experiencia de otros países en manejo de crisis de sectores vitales, cabe la intervención del estado. En este caso particular porque topamos con un sector que le ha dado mucho al país. La ayuda que se les debe dar es similar a la que se les ha brindado en otros momentos a banqueros quebrados, a floricultores, a ganaderos y a industriales desde un criterio de protección y estímulo en el entendido de que una vez circule la ayuda, esos cafeteros, trabajadores por antonomasia, industriosos y organizados, la sabrán aprovechar y retornarán con creces a la sociedad el estímulo recibido.

No es hora pues de tacañería, lo que con ellos se invierta no es recurso perdido, como si ha ocurrido, desafortunadamente con aportes del estado que se escapan como agua por las cañerías en razón de la corrupción reinante. Con los cafeteros no hay pierde señores del gobierno, empiecen por no satanizar su movimiento.

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