Cambio de rumbo

Luego de un proceso sistemático de deterioro de la economía se ha llegado a un punto crítico.

El dólar asciende a $ 3.250. Las exportaciones caen 40%. La industria continúa en índices negativos y la agricultura sin café crece igual que la población. El déficit fiscal asciende a 3,5% del PIB. La inversión en edificaciones, en maquinaria y equipo desciende más de 5%. La resistencia de los neoliberales a reconocer el verdadero estado de la economía ha impedido avanzar en un mínimo acuerdo sobre las causas y, sobre todo, en las soluciones de la crisis.

En los círculos oficiales la caída de la economía se presenta como un fenómeno intempestivo que no tiene responsables y se corrige con las medidas monetarias y fiscales tradicionales. Así, las prioridades oficiales se orientan a contener los brotes inflacionarios y reducir el déficit fiscal.

Tanto la inflación como el déficit fiscal son el resultado del desplome del modelo económico que se configuró durante varios años. La verdadera causa del retroceso es el cuantioso déficit en cuenta corriente de 7% del PIB, inducido por el predominio de las commodities, la revaluación y el desplome de los precios del petróleo. Por lo demás, la devaluación causada por la escasez de divisas ha sido infructuosa por la alta participación de las commodities y la estructura industrial de elevadas importaciones y endeudamiento con respecto a las exportaciones. La monumental depreciación coincidió con una caída de más de 40% de las exportaciones y con el aumento del déficit en cuenta corriente. La economía quedó abocada a la devaluación persistente y una fuerte contracción de la demanda que desembocaron en un estado de estanflación.

Se cayó en el grave error conceptual de enfrentar el problema en las manifestaciones. El alza de inflación se busca contrarrestar con el incremento de las tasas de interés y el déficit fiscal con la elevación del IVA. Ambas medidas incrementarán la caída de la actividad productiva, no afectarán mayormente las tendencias inflacionarias y acentuarán la inequitativa distribución del ingreso.

Lo que se plantea en sana lógica es actuar sobre la raíz del problema, que es el déficit en cuenta corriente. Su reducción morigeraría la devaluación y bajaría la presión sobre la inflación, y evitaría el efecto sobre la demanda efectiva. Aún más importante, marcaría el comienzo de un nuevo modelo que les dé liderazgo a la industria y la agricultura, le asigne prioridad a la producción, el empleo y la balanza de pagos, y reconozca el desequilibrio fiscal.

Es claro que el libre comercio y el equilibrio monetario que le da prioridad a la inflación sobre cualquier otro propósito configuraron una organización comercial de exportaciones rudimentarias de baja de demanda y elevadas importaciones, y más, excesivamente dependiente de las commodities y expuesta a grandes revaluaciones y devaluaciones. Esta estructura es una de las razones por las cuales el país, al igual que la región, no ha podido aprovechar las oportunidades de crecimiento de las economías que van al alcance de las naciones desarrolladas.

La solución de fondo es el cambio de modelo de comercio internacional y equilibrio monetario que puede sintetizarse dentro de tres pilares centrales. En primer lugar, se requeriría una política industrial de protección escalonada y otra agrícola de activación de los aranceles a los cereales y armonización de pequeños y grandes agricultores; segundo, intervención del tipo de cambio para situarlo por debajo de $2.700 y darles tratamiento distinto a las exportaciones industriales y agrícolas; tercero, ampliación del déficit fiscal financiado con emisión.

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