Cambios de mentalidad

Se dice mucho que hay que cambiar de mentalidad para aceptar la paz de Santos.

Y no sólo para engullir (el término es fuerte) los enormes batracios que se sirven en la mesa de negociaciones, sino para coexistir con quienes fueron enemigos de la sociedad, convertidos en dirigentes políticos. Pero son éstos, los conversos a la democracia, a quienes corresponde dar el mayor salto de mentalidad y aceptar reglas de juego a las que nunca se sometieron.

Si de entrada se les entregan algunas curules (tema aún no definido, cuando ya la paz está ad portas), saben bien que en lo sucesivo deberán conquistar el apoyo de las urnas. Asunto extremadamente difícil, si ha de hacerse honradamente.

La mente de los nuevos políticos y hasta hace poco guerrilleros debe estar preparada así mismo para aceptar las críticas del periodismo libre. Venir de comandos donde expresar una opinión o responderle mal al comandante puede conducir a consejo de guerra y entrar de súbito a la plaza abierta de la opinión pública, bajo la lluvia de las opiniones periodísticas y de los lápices sueltos, no debe ser asunto fácil. No es tanto la mentalidad ciudadana la que debe acomodarse a la paz negociada, como se nos inculca, cuanto la de esas otras mentes a la diversidad de pareceres, en una palabra, a la democracia.

Que la izquierda política tradicional, la que viene desempeñándose bajo reglas republicanas, pueda acoplarse a las fuerzas provenientes de la guerra, es así mismo tema complicado. Hemos visto a los guerrilleros presos hacer ejercicios comunes y entrenar militarmente, como si pertenecieran a un gueto que no se disuelve y tiene misiones secretas. No sé si abandonarán esas prácticas bélicas o se asentarán en zonas autónomas, de cuya posibilidad ya empieza a precaverse el gobernador de Antioquia, no sea que se le conviertan en territorios ingobernables. Tiempo es de saber qué cosa son o serán los llamados terrepaz, otro asunto por definir, cuando a todo el mundo, menos al Vaticano, se le ha hecho creer que a la paz sólo le falta un hervor.

Uno no alcanza a imaginarse cómo será aquella compaginación de afinidades e intereses entre las izquierdas; ahora, cuando los hemos visto codearse como hermanos reconocidos en La Habana. ¿Cuál de ellas prevalecerá, la que estuvo en armas o la que ha permanecido inerme? Al antibelicista y muy puro político, Jorge Enrique Robledo, no se le ha visto en La Habana, por ejemplo. Y es diciente.

***

Que viajeros colombianos, papeles en regla, vayan a La Habana y conversen con los negociadores de la guerrilla, nadie puede impedirlo. Los unos pueden salir de Colombia y los otros están libres en la Cuba de Fidel, para quien son compañeros de lucha. Y allá Colombia no manda; por el contrario, allá la organizan.

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