¡Candidato único ya!

Hace 4 años los uribistas con algún grado de influencia, nos dimos a la dura tarea de convencer al pueblo de que votaran por el poco carismático Juan Manuel Santos. En columnas e intervenciones radiales, jugamos restos para lograr la victoria de quien se presentaba como el candidato de Álvaro Uribe.

Ganadas las elecciones empezaron los problemas. Y no me quiero referir a la persecución política y judicial a los uribistas, ni a las designaciones de personas claramente enemigas a nuestra doctrina, ni mucho menos a las relaciones con países hostiles a Colombia. No, los problemas fueron mucho más graves: la desconexión absoluta de Santos con la comunidad y con la dirigencia regional.

Han pasado 3 años de gobierno y los resultados están a la vista. Santos creyó que ser Presidente consistía en ponerse la banda presidencial, sentarse a firmar documentos y viajar por el mundo a promocionar un proceso de paz que no cuenta con el aval del pueblo.

Vayamos a lo sustancial. Se dice que uno de los grandes legados de Uribe fue el haber devuelto la confianza en los ciudadanos. Aquello no se logró por decreto. Fue el resultado de un cambio en el estilo de gobierno. Trasladar a la administración desde la periferia hasta el centro fue algo que no se había visto en Colombia. Cientos de consejos comunales se hicieron a lo largo y ancho del país, logrando que las gentes, acostumbradas a ver al gobernante como una persona incrustada en los salones de un palacio, tuvieran por primera vez al Estado al servicio de sus necesidades.

Algo tan simple se tradujo en un sentimiento de confianza. La gente empezó a creer en la administración y en la funcionalidad del Estado.

De repente esa dinámica se interrumpió. El gobierno por cercanías como lo llaman los teóricos franceses fue reemplazado por un estilo supuestamente tecnocrático que en pocos meses dio sobradas muestras de ineficacia. La prueba es que la confianza se rompió en mil pedazos trayendo como consecuencia obvia e inmediata una profunda frustración.

Santos es el prototipo del político que cree que el pueblo es una masa amorfa que solo sirve para votar. Tal equivocación, inducida en buena medida por consejeros torpes como Gabriel Silva y asistentes de oceánica perversidad como Juan Mesa Zuleta, se refleja en los paupérrimos niveles de aprobación de la administración.

Las bases sociales reaccionaron ante el desgobierno acogiendo fervorosamente el proyecto político que está construyendo el Presidente Uribe con la ayuda de su equipo.

El fin de semana, con mi buen amigo José Obdulio Gaviria participamos en un multitudinario evento académico que tuvo lugar en el populoso sector de Jackson Heights en Nueva York. Varias centenas de compatriotas se hicieron presentes. Me impactó muy positivamente el fervor con el que esas personas, todas del común, se preparan para aportar lo que esté a su alcance en aras de que el uribismo triunfe con holgura en las elecciones del año entrante.

El daño está hecho. Juan Manuel Santos es un cadáver político insepulto. No tiene como enfrentar la campaña que se avecina. Su unidad nacional está pegada con babas y remachada con unos cuantos decretos de nombramiento. Aunque reparta cupos indicativos a diestra, hoy no llega ni al 10% de los 9 millones de uribistas que en 2010 votaron por él.

¿Qué falta entonces? Que el uribismo decida ya mismo el nombre del candidato único a la presidencia. Propongo a mis amigos uribistas de la base que pongamos en marcha una campaña bajo el slogan “Candidato Único Ya” para que de una vez por todas se resuelva quién, entre Pacho Santos y Zuluaga, será la persona que reemplace a Santos a partir del próximo 7 de agosto.

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