Carestía como prosperidad

Cuando los precios de los productos alimenticios, de la salud, el transporte y demás servicios se elevan, la ciudadanía en general se ve afectada en su bienestar adquirido. Es un “derecho adquirido”, pero frágil, este del diario vivir. Los tecnócratas no saben del mercado como la compra de la canasta familiar, sino del mercado de los grandes capitales y de las mercancías y materias primas en las bolsas de valores.  No son los tecnócratas, sin embargo, los responsables de estos cambios que envilecen las relaciones de estabilidad de los consumos de las familias, sino los políticos que en diferentes escalas del estado, tienen la manija de la economía.

Los cálculos matemáticos de los economistas e ingenieros, de analistas y estadígrafos que operan los bancos privados y públicos, los Ministerios de Hacienda, Desarrollo, Planeación y demás centros de estudio, asesoramiento y “brujería” econométrica,  con sus desvíos cualitativos de macro y microeconomía, entregan a los políticos las recomendaciones técnicas a seguir y que deben quedar plasmadas en leyes, decretos, ordenanzas, resoluciones, acuerdos,  circulares y demás documentos administrativos.

Los políticos que elegimos con nuestros votos para que ejerzan la dirección que nos conduzcan al bien común, a la felicidad colectiva, son los responsables de dirigir las acciones que logren esas metas. Según dicen los videos publicitarios del actual régimen patiamarillo, el crecimiento del PIB, el Producto Interno Bruto, es maravilloso y lo entiende cualquier bruto. La televisión  desgrana a chorros los más inverosímiles cuentos y cuentas de lo bien que estamos los colombianos comparados con Haití y Sierra Leona. Ni qué decir de los gobiernos locales que tienen como termómetro de nuestra felicidad, la visita de figuras colosales de la música popular internacional y los eventos comerciales en la Plaza Mayor y Palacio de Exposiciones. Esos son los indicadores macroeconómicos del bienestar de los antioqueños, por ejemplo.

Pero el mayor de todos los idilios, el sumun de la fantasía argumental, la “top model” como dicen los promotores de la vacuidad, es la consigna gubernamental de que “la carestía es el resultado de la prosperidad”. Es una afirmación implícita que se deriva de las giras del Presidente, de los giros verbales de los Ministros, del giroscopio del Banco de la República. Contra toda evidencia, los colombianos debiéramos estar convencidos de que “la carestía es prosperidad”. Es decir: la abundancia de precios altos e ingresos bajos es sinónimo de prosperidad. La abundancia de recortes en los gastos familiares es prosperidad. La abundancia de escasez en las neveras de los hogares del pueblo es prosperidad. Eso dizque decía Don Próspero Macondo, un señor que vivía en el país de las maravillas, un país que quedaba cerca de Cuba y de Venezuela y cuyo nombre había olvidado.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar