CINCUENTA AÑOS DE TERRORISMO

Después de medio siglo de guerra infructuosa, los cabecillas de las Farc se avendrían a un acuerdo con la élite política que siempre dijeron combatir y a la cual endilgaron la culpa de todos sus secuestros, extorsiones, asesinatos y desafueros.

Irónico. Además es sardónico, si no fuera por la traza de muerte y dolor que están dejando en 50 años de depredación dizque por el pueblo y demás babosadas argumentadoras. Es la política, estúpido, dirán algunos. La dictadura del proletariado, el comunismo de cualquier siglo y las satrapías isleñas o de tierra firme, son empantanados engendros de fanatismo y miseria a los cuales siguen aspirando las Farc después de darse cuenta que a punta de fusil no nos van a someter. Ahora, aspiran a malgobernarnos utilizando las vías que les facilita el establecimiento que siempre quisieron destruir, con la colaboración de un presidente con más titubeos que certezas, cuya gestualidad límbica lo traiciona a pesar de lo enfático que quiere aparecer y que no dimana confiabilidad por el apoyo que le brindan las Farc, detestada por más del 90 % de los colombianos, un Fiscal que en cada declaración siembra dudas y unos caciques costeños que huelen a corruptela.

Atrás quedaron Marquetalia (1964), los coloquios con un poeta-presidente (1984), los turisdiálogos de Caracas y Tlaxcala (1991) y la silla vacía de la farándula pastranista (1999). Los restos farianos de hoy son una liga de carteles narcotraficantes que tratan de chantajearnos pre-electoralmente declarando un cese unilateral de fuego mientras un sombrío artífice de la penumbrosa paz nos amenaza con que esta es la última oportunidad. ¡No cabe más vanidad… Y el tal acuerdo de última hora sobre el tercer punto, también con ánimo preelectorero, plantea, por descuido o contubernio del Gobierno, que el narcotráfico es un delito conexo al delito político de rebelión. Asunto de gravedad mayor y con serias repercusiones internacionales. Ya se verá.

Con el reciente pronunciamiento de las urnas, no queda sino mirar cincuenta años atrás, ver el rastro de sangre y el camino de dolor que labró el grupo terrorista y rechazar desde ya la impunidad con la que se pretende envolver a estos carniceros marxistas leninistas.

La suspensión temporal de la transacción habanera y la revaluación de lo hasta ahora discutido y apalabrado es un imperativo ético de un Estado serio. Seguir en ese conciliábulo es propio de un gobierno venal. He ahí la diferencia para meditar y decidir en la votación que se aproxima.

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