Con pena y sin mucha gloria

Me refiero a la recién clausurada VII Cumbre de las Américas. No desconozco la importancia del encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro, hecho histórico que podría preanunciar el final de una etapa y el inicio de otra, construida sobre bases sólidas que atiendan el deseo creciente de libertad y democracia del pueblo cubano. Pero el balance es decepcionante una vez más. Resultó imposible una declaración unitaria que estuviese suscrita por los mandatarios de los países asistentes. El presidente panameño ha tenido que jugar al difícil equilibrio intentando sintetizar las desconocidas conclusiones del evento.

Lo que sí quedó claro fue el fracasado intento de Nicolás Maduro por robarse el show. Acelera su conversión en una suerte de paria continental gracias a la ineficacia de su gobierno y a la probada corrupción a la vista del planeta.

Gastó centenares de miles de dólares para financiar una movilización de seguidores desde Caracas que deberían aclamarlo tanto a su llegada a la ciudad como a los distintos escenarios paralelos y eventualmente repudiar al presidente Obama como agresor contra Venezuela. No logró ni lo uno ni lo otro. Pobre hombre. El régimen que dirige se desmorona y ya pareciera no haber nada que detenga su caída. Tiene el rechazo, cada día más activo, del 85% de la población. Además, en las filas de las fuerzas armadas el descontento pareciera ser similar. Tiene el control de los mandos superiores, pero nuestros militares no son marcianos, ni llegaron de Júpiter. Se resisten al uso sistemático de la fuerza represiva para silenciar el descontento por la vía del miedo. Tienen familia, esposas, hijos, vecinos y amigos con quienes comparten la cruda realidad que todos vivimos.

A pesar de todo, queda claro que el sueño revolucionario del llamado Socialismo del Siglo XXI se desvanece. A pesar de las pretensiones supranacionales, el ejemplo de una Venezuela liquidada como nación libre independiente y soberana lleva a la mayoría de continente a marcar distancia poniendo sus barbas en remojo y diseñando política concretas para detener el avance de las estructuras criminales del terrorismo y del narcotráfico.

A todos los efectos es indispensable un relanzamiento de la Carta Democrática Interamericana para lograr que deje ser letra muerta y se convierta en el pacto de sangre de nuestras naciones en defensa de la libertad y la democracia. Será una útil manera para constituir una gran alianza de quienes creemos en los valores y principios fundamentales de la democracia. Es la manera de construir la verdadera “unidad de ser y de destino” que no excluye a Estados Unidos ni a Canadá, ni tampoco a la policromía caribeña.

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