Con qué gafas nos miran

Donde más escandaloso resulta el desconocimiento de nuestra realidad es en el cuestionamiento que la ONU, ONG y connotados periodistas europeos hacen del fuero militar.

Parece increíble, pero el mundo no conoce nuestra realidad. La deforma. Y como la deforma, suele hacernos exigencias que sólo encuentran eco en personajes como Piedad Córdoba o Iván Cepeda; es decir, entre quienes padecen de un desvarío ideológico muy cercano al de Castro y al de Chávez.

Tres grandes temas de nuestra realidad son objeto de equivocados diagnósticos por parte de la opinión internacional. Influyen en ella organizaciones no gubernamentales, periodistas, académicos y dirigentes políticos con un evidente sesgo de izquierda.

El primero es nuestro paisaje social. Al describirlo, estos personajes pintan una Colombia de otros tiempos. Ven la tierra sólo en manos de privilegiados latifundistas, campesinos abandonados a su suerte, voraces monopolios industriales que hacen más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, comunidades indígenas explotadas como en tiempos de la Colonia y el poder absorbido por una clase dirigente ajena a reales corrientes de cambio. Con este cuadro desolador en su mente, la guerrilla que padecemos desde hace más de 50 años tiene para ellos justificadas razones de existir.

Sí. Aunque ciertamente existen en Colombia inquietantes desigualdades sociales, hay realidades que no siempre son tomadas en cuenta: el progresivo crecimiento de una clase media; la dinámica presencia de pequeños y medianos empresarios en el comercio, la industria y la agricultura; la creación de nuevas opciones de empleo y el auge de las inversiones extranjeras, entre otras.

El segundo tema con equivocado diagnóstico por parte de la opinión internacional se refiere a la guerrilla. Vista por muchas ONG y la prensa de izquierda como una inevitable insurgencia, pasan por alto sus atrocidades: actos terroristas contra la población civil, minas antipersonas que hacen víctimas a miles de campesinos, millones de desplazados, secuestros, extorsiones y, por supuesto, su alianza con el narcotráfico, real factor para explicar su sobrevivencia.

Con esta torpe y distorsionada visión, no es raro que gobiernos del primer mundo vean el proceso de paz como la única salida viable del país, poniendo al Estado y a las Farc como dos adversarios en igualdad de condiciones en una confrontación armada.

Pero donde más escandaloso resulta el desconocimiento de nuestra realidad es en el cuestionamiento que la ONU, ONG de derechos humanos y connotados periodistas europeos hacen del Fuero Militar. Su más conocido exponente, José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch, sigue viendo a los militares latinoamericanos como los malos de la película. Tal actitud es errónea pero comprensible, pues él padeció el horror de la dictadura militar de Pinochet y vio muy de cerca los atropellos cometidos por militares en Argentina y Uruguay. Esta visión la hizo extensiva a todo el continente, ignorando que en Colombia son los militares, por increíble que parezca, las principales víctimas de atropellos contra los derechos humanos por cuenta de una justicia civil que casi siempre procede contra ellos con presunción de culpabilidad, apoyando muchas veces sus injustas condenas en falsos testigos o declaraciones suplantadas, como ocurrió en el caso del coronel Plazas Vega.

Tal guerra jurídica ha conseguido dejar fuera de combate a más de 6.200 militares al hacerlos objeto de investigaciones. De ellos, están en prisión 1.466. Conozco muy de cerca el caso de valiosos oficiales falsamente acusados o condenados. Todo esto lo ignora Vivanco, cuyas fuentes de información en Colombia son personajes tan controvertidos como los miembros del colectivo de abogados José Alvear Restrepo, el cura Javier Giraldo, Iván Cepeda y la propia Piedad Córdoba, pese a su laboriosa y honesta gestión de paz.

Desgracia: con estas gafas, quién lo creyera, nos mira el mundo.

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