Contra el testimonio perverso

El que tenga interés, directo o indirecto, de carácter político, económico, religioso, o de cualquier orden, en el resultado de un proceso, especialmente en el área penal, no puede ser testigo, porque actúa de manera perversa para presionar sentencias y en la medición de las penas. Sin embargo, cada vez aparecen más testigos de este tipo -exnarcotraficantes, exparamilitares, exguerrilleros- algunos de oídas, quienes dicen haber escuchado de otras personas la manifestación de hechos delictuosos que se aceptan y quedan en los expedientes como pruebas.

Vemos en los estrados testigos ya condenados, otros que cumplieron reclusión por la transgresión de la ley y están en libertad, soportamos a malhechores que dan declaraciones y crece el eco de su opinión a favor o en contra de un investigado. De escándalo en escándalo se ha venido montando un sistema que conviene terminar cuando aparecen propuestas para ser incluidas en la reforma judicial. Se requiere revisar lo concerniente con el testimonio confiable y el falso.

En el caso de las chuzadas, los testigos se contradicen y desdicen, confunden lugares, movimientos, expresiones, unos para justificarse, otros en  el intento de resaltar su condición de víctimas. La Fiscalía invita a que implicados enreden personas, a diestra y siniestra, merced al aliciente de la rebaja de penas. Rendir testimonio en época electoral quita o pone votos. Desprestigiar a los adversarios, con mayor énfasis a quienes han desempeñado altas funciones públicas produce réditos. Eso es inmoral, con el consecuente  descrédito de la institución del testimonio tan antigua como Adán y Eva llamados a un careo después de cometido el pecado original.

Hace trescientos años Cesare Beccaria escribió su tratado De los delitos y las penas el cual deberían repasar nuestros jueces constatada la falta de proporcionalidad en la medición de las mismas. La sanción resulta, con frecuencia, mayor para quien roba un chocolate que la aplicada a los comprometidos en carruseles de contratos o en la comisión  de delitos atroces. A pesar de la congestión en las cárceles, siempre hay campo destinado a que determinados presos, por consideraciones sin razón o válidas, obtengan trato preferencial. Ahí también cuenta el testimonio torcido.

Los seres humanos tenemos testigos de nuestros actos y es usual que superiores, iguales y subalternos a ellos se refieran. Los hay probos que colaboran para determinar la verdad en el curso de los procesos, pero que crezca amenazante el testimonio judicial interesado preocupa. El no contaminado debe permanecer. Se trata de un elemento valioso e indispensable. El perverso -como el que desvió la investigación por el magnicidio de Luis Carlos Galán, el del expediente Colmenares o el sinuoso contra el almirante Arango Bacci- que desaparezca.

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