Contraticos

La respuesta del Fiscal a la rechifla por los contratos multimillonarios que ha entregado a dedo es una arrogante retahíla contra sus predecesores y sus críticos que significa 'usted no sabe quién soy yo'.

Por medio de esta columna fúnebre me permito presentar a consideración de la medicina “el síndrome del fiscal Montealegre”. Que es el síndrome del hombre razonable que un día cede a la tentación de salirse de la vía estrecha que lo protege del fracaso para pasarse al camino refulgente que va a dar al despeñadero. Que deja de ser el personaje fundamental de una trama pública para convertirse en el protagonista de un desastre, pues una voz traicionera, que lo tutea, le susurra y le sigue susurrando “si no eres tú, entonces quién…”. Cambia un día el deber por el poder: lo que puede hacer le oculta lo que debe hacer. Y a la sazón sabotea la reforma del equilibrio de poderes que le afecta. Y se siente el dueño del proceso de paz. Y como el Procurador, que en la teoría es su némesis pero en la práctica es el mismo faraón sin súbditos, planea demandar al Presidente venezolano. Y su respuesta a la rechifla por los contratos multimillonarios que ha entregado a dedo es una arrogante retahíla contra sus predecesores y sus críticos que significa “usted no sabe quién soy yo”.

Qué miedo el Fiscal: líbranos, Señor, de confiarles nuestra suerte a los políticos que citan a Borges.

Pasó de ser un académico creíble a parecer un Fiscal empeñado en perpetuar los vicios nacionales. Cómo pudo escapársele de su despacho progresista aquella imputación pasajera, “por presunto aborto”, a la actriz Carolina Sabino: no solo le violó a ella su intimidad, no solo la sometió a ella a una muchedumbre armada de primeras piedras, sino que, luego del levantamiento de quienes saben que en Colombia es un derecho interrumpir el embarazo cuando se trata de un riesgo para la salud mental, lo obligó a él mismo a proclamarse líder de una causa –la lucha corajuda por los derechos reproductivos– que cumple décadas de ser liderada por miles de mujeres. Adiós a su buen nombre, ciudadana Sabino. Pregúntele al diputado Sigifredo López qué sintió su honra cuando se vio forzado a probarle a esta fiscalía, en el 2012, que no planeó el fusilamiento de sus colegas ni el secuestro de dos años que le rompió la vida.

Pregúnteselo a otra falsa culpable de primera plana, la abogada Paola Salgado, que fue puesta en libertad el viernes mientras el titular ‘Fiscalía imputará cargos a la actriz Carolina Sabino’ se lo tomaba todo.

Qué cansancio el Fiscal. Qué impudicia esos contratos que celebró –por 174, 345, 517 millones– con los consejeros de Estado que en el 2012 resolvieron que su nombramiento debía prorrogarse, pero qué desvergüenza que haya estado entregándoles los ahorros de la ciudadanía a ciertos expertos de profesión a cambio de “marcos teóricos”. Permítanme presentar a su consideración “el síndrome del embajador de la India”: el síndrome del caradura que, camuflado entre tantas personas serias que sí merecen ser contratadas, no solo logra darse su propia importancia, sino convencer a suficientes incautos de su ciencia. Qué raro es ver a la analista Springer del lado de los “contraticos” de miles de millones. El juez Garzón ya parece uno de esos “profes” extranjeros que los comentaristas criollos invitan a las transmisiones de fútbol para darse bombo.

Y el Fiscal se juega la carta de “mis enemigos me honran” y se guarda sus explicaciones para los medios, pues no hay nadie, solo su famosa “conciencia tranquila”, sobre él: líbranos, Señor, de la voracidad, de la venta de humo, del comercio de favores y de ese estatus que se mide en escoltas, que nos han estado rondando desde que no tenemos memoria.

Qué desazón el Fiscal: solo faltan 192 largos días para que se vaya por donde llegó, pero quizás si volviera a su despacho podría recobrar la discreción que requiere su cargo. No pidamos más, no: aquí nadie renuncia.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar